El trabajo en la Masonería consiste en desbastar y
perfeccionar la “piedra bruta”, que es el símbolo del aprendiz, mientras que la
piedra “cúbica” pertenece al compañero, y la “piedra cúbica en punta” al
maestro. Esta sucesiva mutación de la piedra simbólica, análoga a la
transmutación alquímica, indica tres momentos claves del trabajo masónico, o
iniciático sin más.
Ya hablamos en su momento de la piedra bruta como un símbolo
de la firmeza e inmutabilidad del Espíritu. Sin embargo, y como los símbolos se
prestan muchas veces a un doble sentido, en la Masonería que no olvidemos
procede de una tradición de constructores, y sin perder totalmente esa
significación de firmeza, la piedra bruta deviene más bien un símbolo del caos
precósmico, y en cierto modo puede verse como una imagen del mundo profano, de
donde el aprendiz procede y que tiene que superar en su intento de ir de las
“tinieblas a la luz”.
En este contexto simbólico, las asperezas y aristas de la
piedra bruta representan las deformaciones del alma humana sometida a las
influencias egóticas e ilusiones mentales de todo tipo, las cuales suponen un
obstáculo en la evolución espiritual. Se impone, pues, una ascesis purificadora
que, al mismo tiempo que lime las asperezas de la piedra bruta de la
conciencia, de lugar a un desarrollo ordenado de las posibilidades superiores
en ella incluidas, y que en tanto no se manifiesten permanecen en estado embrionario
y latente.
Cuadro de Aprendiz
En la iniciación masónica los primeros trabajos del Aprendiz
se llevan a cabo con el Mazo y el Cincel, herramientas que respectivamente
simbolizan la fuerza de la voluntad y la facultad de la inteligencia, o rigor
intelectual, el cual distingue, separa y determina lo que en el ser es
permanente y coesencial a su naturaleza (aquello que ese ser “es” en sí mismo),
de lo que constituye sus añadidos superfluos y exteriores. En lenguaje masónico
esta acción ritual y clarificadora recibe el nombre de “despojamiento de los
metales”, que en el fondo es idéntico a lo que en Alquimia se denomina “separar
lo espeso de lo sutil”, es decir lo profano de lo sagrado.
Entendida de esta manera, la voluntad es ese fuego sutil que
generado por la acción iluminadora de la influencia espiritual, promueve en el
hombre el amor o la pasión por el Conocimiento, siendo en este sentido que los
términos querer, creer, y crear son exactamente lo mismo.
Empero, y a fin de que no se disperse, esa fuerza interior ha de estar bien
dirigida por una recta intención, o rigor intelectual, que la encauce y
concentre en vista a la comprensión, no sólo teórica sino efectiva, de los
principios universales, expresados en el cuerpo simbólico de la Orden Masónica.
Sólo así, conjugando en un acto único, que deviene ritual y
permanente porque se ha “incorporado” a la naturaleza del ser, la fuerza de la
voluntad (una forma del amor) y el rigor de la inteligencia, la “materia
caótica”, o “materia prima”, irá siendo pacientemente tallada, hasta que el
aprendiz, intuyendo la Belleza o “forma” ideal oculta en esa materia informe,
se “eleve” a un grado superior de su jerarquía interna, es decir, “ascienda” a
Compañero.
Como su nombre indica, compañero es el que “comparte su
pan”, su alimento espiritual-intelectual, con todos aquellos que, como él,
están siendo iniciados en los “secretos y misterios de la Masonería”, que son
los misterios de la Cosmogonía, revelados fundamentalmente a través de los
“útiles” simbólicos de este grado y del conocimiento de las siete Artes
Liberales. (Continuará). Francisco Ariza
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