martes, 12 de junio de 2018

UN SÍMBOLO DEL FIN DE CICLO: EL "HOMO DEUS" TECNOLÓGICO Y SUS FALSOS PROFETAS (II PARTE)


LA PARODIA DE LA “INTELIGENCIA ARTIFICIAL”

Como todos sabemos, uno de los temas recurrentes en la nueva era electrónica es el de la “inteligencia artificial”, que no es otra cosa que haber dotado a la máquina de los suficientes elementos electrónicos que reproducen artificialmente la inteligencia humana. Es lo que se llama en el lenguaje de los transhumanistas la “singularidad tecnológica”. Esa “singularidad” marcará la diferencia entre el humano y el transhumano, o potshumano, dotando a este último de una superioridad física y mental gracias a su simbiosis con la tecnología. Lo más sorprendente es que los ideólogos de esta “nueva humanidad” también hablan de una superioridad espiritual inducida por la tecnología, pues en su mentalidad la evolución material va paralela a la evolución espiritual, de tal manera que la una y la otra estarían al mismo nivel, lo cual obviamente es falso. Precisamente la épocas que marcan la decadencia de las civilizaciones coinciden también con el mayor desarrollo material de las mismas, mientras que la de mayor esplendor espiritual se corresponde con sus orígenes.

Pero, nos preguntamos, ¿qué se entiende por inteligencia en el contexto de la tecnología cibernética?, o mejor ¿a qué inteligencia se refieren los ingenieros tecnológicos como para poder hablar de una “copia” de ella? En realidad no es inteligencia, sino “prodigiosos” mecanismos de asociación dentro de un plano exclusivamente cuantitativo, cuya estructura progrede ad infinitum. En el mundo de la inteligencia artificial se habla de “algoritmos genéticos”, de “redes neuronales” e incluso de “razonamiento” mediante una “lógica” que copia la lógica formal de deducción humana, pero que es incapaz del pensamiento por inducción, el cual abre la mente a concebir lo universal, que nada tiene que ver con lo “general”, un concepto que es más cuantitativo que filosófico y metafísico.

Una vez lograda esa supuesta inteligencia “artificial”, había que “fabricar” a continuación la “informática afectiva”, o “informática emocional”, es decir la informática con “alma” y “sentimientos”, lo cual, unido a la “inteligencia artificial”, crea la parodia de lo que es un ser humano, que sí está dotado de alma y de inteligencia pero estas ciertamente no son un “artificio”, sino que participan del Alma del Mundo y del Intelecto divino, y por tanto son dones otorgados al hombre para no quedar encerrado definitivamente en esos límites horizontales a los que antes nos referíamos.

En la mente de estos falsos profetas se ha incubado la “idea” de que una vez conquistado y dominado el mundo exterior, el hombre va hacia la conquista de su “mundo interior”, pero gracias a la biotecnología, unida ya íntimamente a la “inteligencia” y la “emoción” artificial de la informática. Entre otras cosas, esto último demuestra una vez más que el “conocimiento” que se puede alcanzar con tanta “artificialidad” se limita a los planos más superficiales del ser humano.

Como se dice en la película 1984 basada en la obra del mismo título de G. Orwell (otra utopía invertida) “el hombre es infinitamente maleable”, y si quien lo moldea es un pensamiento que confunde y “mezcla” lo “material” con lo “espiritual”, lo profano con lo sagrado, el resultado final, y llevado a sus límites extremos, no puede ser otro que esta aberrante “tecno-religión” y este “transhumanismo”, que define la mentalidad “cibernética” que se va imponiendo como algo inevitable, como una fatalidad, que es también el cumplimiento de un fin cíclico.

Es por toda esta “confusión” entre lo genuinamente humano y la “artificialidad” tecnológica, que el modelo de sociedad que nos proponen los “visionarios” de la tecno-religión no puede ser para nosotros un modelo “a imitar”, salvo que quedemos prendidos en los encantos de sus “brillos” y “prodigios”. Si la tecno-religión es la idolatría de nuestro tiempo, el nuevo “becerro de oro” no será ya tanto el dinero -que pronto será totalmente “virtual”-, o la riqueza material, sino la tecnología misma, que es el pilar que sostiene este mundo. La “entronización” de la “inteligencia artificial” y sus aberraciones posthumanas, será el triunfo, provisional, de lo que bíblicamente se conoce como el “reino del Adversario”, que es el enemigo del hombre y de lo verdaderamente humano. De ahí que el posthumanismo fomentado por la tecnología sea en verdad la negación de lo humano, o sea una “contra-humanidad”.

Anteriormente mencionamos que la “nueva era” prometida por la tecno-religión es en realidad el resultado de una mentalidad que ha estado “programada” por un pensamiento filosófico y científico dual incapaz de conciliar o de “unir” los opuestos, porque precisamente el concepto metafísico de Unidad, y no el meramente matemático y cuantitativo, ha sido borrado del horizonte intelectual y mental de nuestra época, que sin duda es la más “maniquea” de la historia en todo cuanto ha sido su modelo de existencia.

Recordemos que la “desviación” se produce primero en el concepto que se tiene del número por parte de los filósofos y científicos cartesianos, un concepto donde como hemos dicho lo cuantitativo impera sobre lo cualitativo, con lo cual el número pierde su condición de símbolo capaz de expresar otras realidades superiores para convertirse simplemente en una “cifra”, que solo sirve para “contar”, lo cual es muy propio del “reino de la cantidad” con el que está “signado” nuestro mundo actual, donde solo es “científico” lo que es susceptible de ser “cifrado”, como nos recuerda nuevamente R. Guénon en El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos cuando afirma que

“de todos los sentidos que estaban incluidos en la palabra latina ratio –razón-, apenas se ha guardado ya más que uno sólo, el de “cálculo”, en el uso “científico” que se hace actualmente de la razón”.

Si el origen de nuestra civilización occidental, o uno de sus orígenes, fue el Pitagorismo y con él el concepto sagrado del Número -que dio paso nada menos que a la Filosofía y la Ciencia derivada de ella-, el final de esa misma civilización, convertida ya en “aldea global”, se habrá levantado inevitablemente sobre la “profanación” de ese mismo concepto. Como vemos se trata de una decadencia de algo que pierde su sutil y armónica cadencia para “caer” en su concepción más baja y “utilitarista”.

De hecho la “era digital” es tal vez la expresión más clara que pueda tenerse históricamente de una sociedad enteramente sustentada en la “profanación” del concepto sagrado del número llevado a sus últimas consecuencias. Digital quiere decir tanto “dedo” como “dígito”, es decir “cifra”, lo cual, por otro lado, nos está indicando la estrecha relación que existe entre los dedos y la cifra, pues ellos fueron los primeros “instrumentos” para contar, si bien lo que se entendía por cifra en aquel momento no respondía a lo que hoy entendemos por ella, o ni tan siquiera se contemplaba esa palabra para designar al número. En este sentido fijémonos que todos los sistemas o estructuras sobre las que se asentaban las antiguas cosmogonías respondían a conceptos numéricos extraídos de las diferentes partes del cuerpo humano, principalmente los dedos de la mano, ya fuesen dichos sistemas de base 5, 10 ó 20, como sucedía entre los chinos, los pitagóricos o los mayas entre otros. En cambio la inteligencia artificial de la computadora, sobre la que se sostiene la realidad del mundo cibernético, se estructura bajo el “sistema binario”, es decir “dual”, y es esto precisamente lo que nos interesa destacar en este momento, dejando aparte otras consideraciones de tipo técnico que hacen necesario ese código para el funcionamiento de todo el sistema de la sociedad cibernética.

Un desarrollo capaz de crear una realidad “virtual” que puede convertirse en la “única realidad” para muchas mentalidades “seducidas” por esa ilusión, genera en ellas inevitablemente la impresión de alcanzar a emular el poder creador de Dios, sin saber muy bien en qué consiste realmente ese “poder”, que desde luego nada tiene de “psicológico” ni de “material”. Esa impresión, tarde o temprano, terminará por convertirse  en “certeza”, y de ahí a llegar a “ser como Dios” tan solo habrá un paso. Nuestras manos y nuestra mente se equipararán con la inteligencia hacedora de Dios. De hecho, la clonación de seres vivos es el primer gran logro de la “usurpación” de esa inteligencia por parte de la biotecnología y la manipulación genética.

Seremos omnipotentes… Sin embargo, los antiguos griegos ya advirtieron que cuando los dioses quieren destruir a los hombres, lo primero que hacen es volverlos locos. Es esto realmente lo que nos ha pasado a los hombres y mujeres de este fin de ciclo: nos hemos vuelto locos, en el sentido de “descentrados”, de “excéntricos”, de los que están alejados del centro y viven en la periferia de la rueda del mundo, en el dominio de la multiplicidad y del cambio permanente y cada vez más vertiginoso, con lo que esto trae aparejado de inestabilidad en todos los ámbitos de la vida humana. La tragedia, o la tragicomedia si se quiere, es que los radios que conectaban esa periferia con el centro de la rueda, es decir con la esencia de cada uno de nosotros, han desaparecido o bien hay que buscarlos muy arduamente, pero sabemos que “el que busca encuentra”, lo cual supone una verdadera aventura en un mundo que se ha convertido en una selva enmarañada de signos, códigos, cifras y algoritmos sin fin.

Cuando Nietzsche anunció la “muerte de Dios” y la llegada del superhombre estaba describiendo una realidad que sucedía ya en las conciencias de sus contemporáneos, que íntimamente habían sustituido la idea fecunda de una sacralidad trascendente por una fe ciega en la ciencia y la tecnología de ella resultante. No olvidemos que las dos guerras mundiales que asolaron el mundo durante la primera mitad del siglo pasado sucedieron en un período durante el cual hubo un desarrollo considerable de la investigación científica en campos hasta entonces inexplorados, y donde también se pusieron las bases teóricas de lo que llegaría a ser la sociedad actual, con la computarización convertida en omnipresente en el espacio vital e íntimo de la persona humana.

Esos ideólogos certifican incluso que la “inmortalidad corporal” estará asegurada en esa “realidad paralela” gracias al poder omnímodo de la nueva deidad, que podrá “recrear” a ese ser ilimitadamente en un sentido puramente físico, lo cual no deja de recordar a la “criatura” elaborada por el doctor Frankestein, que es uno de los “mitos fundacionales” de nuestra época y del que se cumplen exactamente 200 años. El título es ya bastante ilustrativo: Frankenstein o el Nuevo Prometeo. Ha transcurrido el tiempo suficiente para darnos cuenta de que el tema de la novela de Mary Shelley preconizaba ya esa idea absurda de la “inmortalidad corporal” de los transhumanistas; y no sólo eso sino que además la energía que “anima” a los “pedazos” recompuestos de la criatura, no lleva, por así decir, el ADN de la verdadera inteligencia humana. 

Esta alusión a Prometeo, que robó el “fuego” de los dioses para forjar la raza humana, va dirigida también, pero en un sentido negativo e inverso, a todos estos nuevos “prometeos” y “profetas” de la tecno-religión y la biotecnología, que también pretenden forjar una “nueva humanidad”, la “transhumanidad”, al robar lo que ellos creen son los “secretos de la vida” encerrados en el código genético, cuya manipulación, sin duda alguna, es una poderosa “tentación” semejante a la que tuvieron quienes en los orígenes de nuestra humanidad, y según el mito bíblico, se les presentó la posibilidad de escoger entre el Árbol de la Vida plantado en el centro del Edén o el Árbol de la “Ciencia del Bien y del Mal”. El primero supone el conocimiento de la Ciencia Sagrada que conduce a la Unidad, el segundo a la Ciencia de la Dualidad, tanto más irreconciliable cuanto más alejada se encuentra de su origen. Esa tentación se acrecienta aún más cuando se está plenamente convencido de que no hay límites en el desarrollo de la inteligencia artificial, la que se impone como un bien necesario e imprescindible.

Volviendo de nuevo a Mary Shelley, y para acabar de entender esta analogía que estamos haciendo entre su criatura literaria y los intentos de fundar una humanidad partiendo de la simbiosis entre el hombre y la máquina, resulta igualmente interesante destacar que en la época en que escribió su obra la escritora escocesa estaban en pleno auge las teorías del “magnetismo animal”, sustentadas en la creencia de que algo perteneciente al mundo sutil, o psíquico, podía ser “corporizado” mediante los “fluidos magnéticos” y más tarde por los “fluidos eléctricos”, lo cual llevaría a la ilusión de poder “dar vida”, o de insuflar el “fuego de la vida” a un cuerpo inanimado, cuando en verdad lo único que puede dar vida es el Espíritu. Hemos de tener en cuenta que

Pues bien, la inteligencia artificial y el mundo que está creando, es el resultado final de esas teorías del magnetismo y los fluidos y ondas electromagnéticas de hace 100 ó 200 años, y que trajo un cambio de percepción del mundo basado en el intento de “materializar” el mundo sutil, pues existe una confusión entre lo que es invisible por su no visibilidad al ojo humano, pero que es “materia”, tales los fotones o partículas de la luz, y lo que es invisible por propia naturaleza inmaterial; por eso mismo dichas teorías formaban parte también de las corrientes “neoespiritualistas” y “ocultistas” de esas épocas que influirían en el desarrollo posterior de la ciencia empírica, materialista y cuantitativa, de la cual nacería la cibernética. El materialismo científico es contemporáneo del “neoespiritualismo”, así como la tecnología electrónica es contemporánea de la corriente “New Age”, que impregna nuestra sociedad actual con su “mezcla” confusa entre lo espiritual y lo psíquico. En realidad, el pensamiento sincretista y pseudoespiritualista de la New Age es la fuente que ha nutrido a todos los falsos profetas del transhumanismo y la tecnorreligión.

Resulta interesante advertir que los padres de la “revolución científica” de los siglos XVI-XVII –Copérnico, Kepler, Tycho Brahe, Leibniz, Newton, Boyle, etc., todavía tenían una concepción sagrada de la ciencia y era visible en ellos el conocimiento de la filosofía hermética, pitagórica y platónica. Si plasmaron sus conocimientos de la cosmogonía en términos mecánicos es porque su “mirada” se centró en el orden visible y físico del cosmos, pero conocían perfectamente que ese orden era el reflejo de otro orden más sutil, la Harmonía Mundi, y que esta emanaba a su vez de la Inteligencia o Mente divina. Realmente el cambio substancial viene con la aceptación del método científico introducido por Descartes, que es de quien se sienten herederos los ingenieros de la “inteligencia artificial”.

El “Prometeo” de Mary Shelley, este es en realidad una metáfora que nos indica cómo la mentalidad del hombre contemporáneo ha sido poco a poco “artificialmente fabricada” para aceptar sin titubeo la peregrina idea de una inmortalidad corporal gracias a la “deidad” tecnológica. Podríamos decir que antes de triunfar la “ingeniería genética”, ha habido previamente una “ingeniería mental” que ha hecho posible que todo esto sea cada vez más aceptado, y más “natural”, dicho esto entre comillas.

Además, ese “apego” enfermizo a lo “corporal” es la confesión más notoria de la ignorancia de otras modalidades extra-corporales y sutiles del estado humano, por no hablar de las modalidades espirituales y metafísicas, las cuales son completamente ignoradas por todas estas teorías. Por otro lado, creer a pie juntillas que la materia es inmortal, cuando, sin ir más lejos, la propia teoría cuántica desarrollada por Werner Heisenberg y Niels Bohr a principios del siglo XX, explica que la materia nace y muere constantemente y está sujeta a cambios constantes entre sus elementos constitutivos, tanto macrocósmico como microcósmico, pero que siempre tiene hacia la síntesis y la complementariedad–, esta creencia, decimos, es la prueba más evidente del delirio que encierra la “religión” de los transhumanistas. Sus profetas más fervientes son los más ilusos, pues creen haber alcanzado el estado más evolucionado de la humanidad cuando en realidad han sido atrapados en el laberinto que ha ido urdiendo sutilmente en sus conciencias la omnipresente “araña global” -valga la imagen- tan negra como la piedra del “silicio” que le sirve de vehículo transmisor.

De ahí la denominación de Silicon Valley (Valle del Silicio) dado a la comarca de California donde se encuentran las grandes compañías tecnológicas del mundo. Silicon Valley es uno de los “centros” neurálgicos donde reside el poder de este mundo, y subrayo “este mundo” en el sentido que dicha expresión tiene en las Escrituras, y que se corresponde efectivamente con el mundo del fin de ciclo. No deja de ser igualmente significativo desde la óptica de las leyes cíclicas, que tanto el petróleo como el silicio –los dos elementos minerales que han sido y están siendo, respectivamente, los “motores” del desarrollo técnico en dos etapas distintas de nuestra época- sean de color negro, el que define nuestra época de oscurecimiento espiritual. Francisco Ariza

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