LA PARODIA DE LA “INTELIGENCIA ARTIFICIAL”
Como todos
sabemos, uno de los temas recurrentes en la nueva era electrónica es el de la
“inteligencia artificial”, que no es otra cosa que haber dotado a la máquina de
los suficientes elementos electrónicos que reproducen artificialmente la
inteligencia humana. Es lo que se llama en el lenguaje de los transhumanistas
la “singularidad tecnológica”. Esa “singularidad” marcará la diferencia entre
el humano y el transhumano, o potshumano, dotando a este último de una
superioridad física y mental gracias a su simbiosis con la tecnología. Lo más
sorprendente es que los ideólogos de esta “nueva humanidad” también hablan de
una superioridad espiritual inducida por la tecnología, pues en su mentalidad
la evolución material va paralela a la evolución espiritual, de tal manera que
la una y la otra estarían al mismo nivel, lo cual obviamente es falso.
Precisamente la épocas que marcan la decadencia de las civilizaciones coinciden
también con el mayor desarrollo material de las mismas, mientras que la de
mayor esplendor espiritual se corresponde con sus orígenes.
Pero,
nos preguntamos, ¿qué se entiende por inteligencia en el contexto de la
tecnología cibernética?, o mejor ¿a qué inteligencia se
refieren los ingenieros tecnológicos como para poder hablar de una “copia” de
ella? En realidad no es inteligencia, sino “prodigiosos”
mecanismos de asociación dentro de un plano exclusivamente cuantitativo, cuya
estructura progrede ad infinitum. En
el mundo de la inteligencia artificial se habla de “algoritmos genéticos”, de
“redes neuronales” e incluso de “razonamiento” mediante una “lógica” que copia
la lógica formal de deducción humana, pero que es incapaz del pensamiento por
inducción, el cual abre la mente a concebir lo universal, que nada tiene que
ver con lo “general”, un concepto que es más cuantitativo que filosófico y
metafísico.
Una
vez lograda esa supuesta inteligencia “artificial”, había que “fabricar” a
continuación la “informática afectiva”, o “informática emocional”, es decir la
informática con “alma” y “sentimientos”, lo cual, unido a la “inteligencia
artificial”, crea la parodia de lo que es un ser humano, que sí está dotado de
alma y de inteligencia pero estas ciertamente no son un “artificio”, sino que
participan del Alma del Mundo y del Intelecto divino, y por tanto son dones
otorgados al hombre para no quedar encerrado definitivamente en esos límites
horizontales a los que antes nos referíamos.
En
la mente de estos falsos profetas se ha incubado la “idea” de que una vez
conquistado y dominado el mundo exterior, el hombre va hacia la conquista de su
“mundo interior”, pero gracias a la biotecnología, unida ya íntimamente a la
“inteligencia” y la “emoción” artificial de la informática. Entre otras cosas,
esto último demuestra una vez más que el “conocimiento” que se puede alcanzar
con tanta “artificialidad” se limita a los planos más superficiales del ser
humano.
Como
se dice en la película 1984 basada en
la obra del mismo título de G. Orwell (otra utopía invertida) “el hombre es
infinitamente maleable”, y si quien lo moldea es un pensamiento que confunde y
“mezcla” lo “material” con lo “espiritual”, lo profano con lo sagrado, el
resultado final, y llevado a sus límites extremos, no puede ser otro que esta
aberrante “tecno-religión” y este “transhumanismo”, que define la mentalidad
“cibernética” que se va imponiendo como algo inevitable, como una fatalidad,
que es también el cumplimiento de un fin cíclico.
Es
por toda esta “confusión” entre lo genuinamente humano y la “artificialidad”
tecnológica, que el modelo de sociedad que nos proponen los “visionarios” de la
tecno-religión no puede ser para nosotros un modelo “a imitar”, salvo que
quedemos prendidos en los encantos de sus “brillos” y “prodigios”. Si la
tecno-religión es la idolatría de nuestro tiempo, el nuevo “becerro de oro” no
será ya tanto el dinero -que pronto será totalmente “virtual”-, o la riqueza
material, sino la tecnología misma, que es el pilar que sostiene este mundo. La “entronización” de la
“inteligencia artificial” y sus aberraciones posthumanas, será el triunfo,
provisional, de lo que bíblicamente se conoce como el “reino del Adversario”,
que es el enemigo del hombre y de lo verdaderamente humano. De ahí que el
posthumanismo fomentado por la tecnología sea en verdad la negación de lo
humano, o sea una “contra-humanidad”.
Anteriormente
mencionamos que la “nueva era” prometida por la tecno-religión es en realidad
el resultado de una mentalidad que ha estado “programada” por un pensamiento
filosófico y científico dual incapaz de conciliar o de “unir” los opuestos,
porque precisamente el concepto metafísico de Unidad, y no el meramente
matemático y cuantitativo, ha sido borrado del horizonte intelectual y mental
de nuestra época, que sin duda es la más “maniquea” de la historia en todo
cuanto ha sido su modelo de existencia.
Recordemos
que la “desviación” se produce primero en el concepto que se tiene del número
por parte de los filósofos y científicos cartesianos, un concepto donde como
hemos dicho lo cuantitativo impera sobre lo cualitativo, con lo cual el número
pierde su condición de símbolo capaz de expresar otras realidades superiores
para convertirse simplemente en una “cifra”, que solo sirve para “contar”, lo
cual es muy propio del “reino de la cantidad” con el que está “signado” nuestro
mundo actual, donde solo es “científico” lo que es susceptible de ser
“cifrado”, como nos recuerda nuevamente R. Guénon en El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos cuando afirma
que
“de todos los sentidos que estaban
incluidos en la palabra latina ratio –razón-, apenas se ha guardado ya más que
uno sólo, el de “cálculo”, en el uso “científico” que se hace actualmente de la
razón”.
Si
el origen de nuestra civilización occidental, o uno de sus orígenes, fue el
Pitagorismo y con él el concepto sagrado del Número -que dio paso nada menos
que a la Filosofía y la Ciencia derivada de ella-, el final de esa misma
civilización, convertida ya en “aldea global”, se habrá levantado
inevitablemente sobre la “profanación” de ese mismo concepto. Como vemos se
trata de una decadencia de algo que pierde su sutil y armónica cadencia para
“caer” en su concepción más baja y “utilitarista”.
De
hecho la “era digital” es tal vez la expresión más clara que pueda tenerse
históricamente de una sociedad enteramente sustentada en la “profanación” del
concepto sagrado del número llevado a sus últimas consecuencias. Digital quiere
decir tanto “dedo” como “dígito”, es decir “cifra”, lo cual, por otro lado, nos
está indicando la estrecha relación que existe entre los dedos y la cifra, pues
ellos fueron los primeros “instrumentos” para contar, si bien lo que se
entendía por cifra en aquel momento no respondía a lo que hoy entendemos por
ella, o ni tan siquiera se contemplaba esa palabra para designar al número. En
este sentido fijémonos que todos los sistemas o estructuras sobre las que se
asentaban las antiguas cosmogonías respondían a conceptos numéricos extraídos
de las diferentes partes del cuerpo humano, principalmente los dedos de la
mano, ya fuesen dichos sistemas de base 5, 10 ó 20, como sucedía entre los
chinos, los pitagóricos o los mayas entre otros. En cambio la inteligencia
artificial de la computadora, sobre la que se sostiene la realidad del mundo cibernético,
se estructura bajo el “sistema binario”, es decir “dual”, y es esto
precisamente lo que nos interesa destacar en este momento, dejando aparte otras
consideraciones de tipo técnico que hacen necesario ese código para el
funcionamiento de todo el sistema de la sociedad cibernética.
Un
desarrollo capaz de crear una realidad “virtual” que puede convertirse en la
“única realidad” para muchas mentalidades “seducidas” por esa ilusión, genera
en ellas inevitablemente la impresión de alcanzar a emular el poder creador de
Dios, sin saber muy bien en qué consiste realmente ese “poder”, que desde luego
nada tiene de “psicológico” ni de “material”. Esa impresión, tarde o temprano,
terminará por convertirse en “certeza”,
y de ahí a llegar a “ser como Dios” tan solo habrá un paso. Nuestras manos y
nuestra mente se equipararán con la inteligencia hacedora de Dios. De hecho, la
clonación de seres vivos es el primer gran logro de la “usurpación” de esa
inteligencia por parte de la biotecnología y la manipulación genética.
Seremos
omnipotentes… Sin embargo, los antiguos griegos ya advirtieron que cuando los
dioses quieren destruir a los hombres, lo primero que hacen es volverlos locos.
Es esto realmente lo que nos ha pasado a los hombres y mujeres de este fin de
ciclo: nos hemos vuelto locos, en el sentido de “descentrados”, de
“excéntricos”, de los que están alejados del centro y viven en la periferia de
la rueda del mundo, en el dominio de la multiplicidad y del cambio permanente y
cada vez más vertiginoso, con lo que esto trae aparejado de inestabilidad en
todos los ámbitos de la vida humana. La tragedia, o la tragicomedia si se
quiere, es que los radios que conectaban esa periferia con el centro de la
rueda, es decir con la esencia de cada uno de nosotros, han desaparecido o bien
hay que buscarlos muy arduamente, pero sabemos que “el que busca encuentra”, lo
cual supone una verdadera aventura en un mundo que se ha convertido en una
selva enmarañada de signos, códigos, cifras y algoritmos sin fin.
Cuando
Nietzsche anunció la “muerte de Dios” y la llegada del superhombre estaba
describiendo una realidad que sucedía ya en las conciencias de sus
contemporáneos, que íntimamente habían sustituido la idea fecunda de una
sacralidad trascendente por una fe ciega en la ciencia y la tecnología de ella
resultante. No olvidemos que las dos guerras mundiales que asolaron el mundo
durante la primera mitad del siglo pasado sucedieron en un período durante el
cual hubo un desarrollo considerable de la investigación científica en campos
hasta entonces inexplorados, y donde también se pusieron las bases teóricas de
lo que llegaría a ser la sociedad actual, con la computarización convertida en
omnipresente en el espacio vital e íntimo de la persona humana.
Esos
ideólogos certifican incluso que la “inmortalidad corporal” estará asegurada en
esa “realidad paralela” gracias al poder omnímodo de la nueva deidad, que podrá
“recrear” a ese ser ilimitadamente en un sentido puramente físico, lo cual no
deja de recordar a la “criatura” elaborada por el doctor Frankestein, que es
uno de los “mitos fundacionales” de nuestra época y del que se cumplen
exactamente 200 años. El título es ya bastante ilustrativo: Frankenstein o el Nuevo Prometeo. Ha
transcurrido el tiempo suficiente para darnos cuenta de que el tema de la
novela de Mary Shelley preconizaba ya esa idea absurda de la “inmortalidad
corporal” de los transhumanistas; y no sólo eso sino que además la energía que
“anima” a los “pedazos” recompuestos de la criatura, no lleva, por así decir,
el ADN de la verdadera inteligencia humana.
Esta
alusión a Prometeo, que robó el “fuego” de los dioses para forjar la raza humana,
va dirigida también, pero en un sentido negativo e inverso, a todos estos
nuevos “prometeos” y “profetas” de la tecno-religión y la biotecnología, que
también pretenden forjar una “nueva humanidad”, la “transhumanidad”, al robar
lo que ellos creen son los “secretos de la vida” encerrados en el código
genético, cuya manipulación, sin duda alguna, es una poderosa “tentación”
semejante a la que tuvieron quienes en los orígenes de nuestra humanidad, y
según el mito bíblico, se les presentó la posibilidad de escoger entre el Árbol
de la Vida plantado en el centro del Edén o el Árbol de la “Ciencia del Bien y
del Mal”. El primero supone el conocimiento de la Ciencia Sagrada que conduce a
la Unidad, el segundo a la Ciencia de la Dualidad, tanto más irreconciliable
cuanto más alejada se encuentra de su origen. Esa tentación se acrecienta aún
más cuando se está plenamente convencido de que no hay límites en el desarrollo
de la inteligencia artificial, la que se impone como un bien necesario e
imprescindible.
Volviendo
de nuevo a Mary Shelley, y para acabar de entender esta analogía que estamos
haciendo entre su criatura literaria y los intentos de fundar una humanidad
partiendo de la simbiosis entre el hombre y la máquina, resulta igualmente
interesante destacar que en la época en que escribió su obra la escritora
escocesa estaban en pleno auge las teorías del “magnetismo animal”, sustentadas
en la creencia de que algo perteneciente al mundo sutil, o psíquico, podía ser
“corporizado” mediante los “fluidos magnéticos” y más tarde por los “fluidos
eléctricos”, lo cual llevaría a la ilusión de poder “dar vida”, o de insuflar
el “fuego de la vida” a un cuerpo inanimado, cuando en verdad lo único que
puede dar vida es el Espíritu. Hemos de tener en cuenta que
Pues
bien, la inteligencia artificial y el mundo que está creando, es el resultado
final de esas teorías del magnetismo y los fluidos y ondas electromagnéticas de
hace 100 ó 200 años, y que trajo un cambio de percepción del mundo basado en el
intento de “materializar” el mundo sutil, pues existe una confusión entre lo
que es invisible por su no visibilidad al ojo humano, pero que es “materia”,
tales los fotones o partículas de la luz, y lo que es invisible por propia
naturaleza inmaterial; por eso mismo dichas teorías formaban parte también de
las corrientes “neoespiritualistas” y “ocultistas” de esas épocas que
influirían en el desarrollo posterior de la ciencia empírica, materialista y
cuantitativa, de la cual nacería la cibernética. El materialismo científico es contemporáneo
del “neoespiritualismo”, así como la tecnología electrónica es contemporánea de
la corriente “New Age”, que impregna nuestra sociedad actual con su “mezcla”
confusa entre lo espiritual y lo psíquico. En realidad, el pensamiento
sincretista y pseudoespiritualista de la New
Age es la fuente que ha nutrido a todos los falsos profetas del
transhumanismo y la tecnorreligión.
Resulta interesante advertir que los padres de la
“revolución científica” de los siglos XVI-XVII –Copérnico, Kepler, Tycho Brahe,
Leibniz, Newton, Boyle, etc., todavía tenían una concepción sagrada de la
ciencia y era visible en ellos el conocimiento de la filosofía hermética,
pitagórica y platónica. Si plasmaron sus conocimientos de la cosmogonía en
términos mecánicos es porque su “mirada” se centró en el orden visible y físico
del cosmos, pero conocían perfectamente que ese orden era el reflejo de otro
orden más sutil, la Harmonía Mundi, y
que esta emanaba a su vez de la Inteligencia o Mente divina. Realmente el
cambio substancial viene con la aceptación del método científico introducido
por Descartes, que es de quien se sienten herederos los ingenieros de la
“inteligencia artificial”.
El “Prometeo” de Mary Shelley, este es en
realidad una metáfora que nos indica cómo la mentalidad del hombre
contemporáneo ha sido poco a poco “artificialmente fabricada” para aceptar sin
titubeo la peregrina idea de una inmortalidad corporal gracias a la “deidad”
tecnológica. Podríamos decir que antes de triunfar la “ingeniería genética”, ha
habido previamente una “ingeniería mental” que ha hecho posible que todo esto
sea cada vez más aceptado, y más “natural”, dicho esto entre comillas.
Además, ese “apego” enfermizo a lo “corporal” es la
confesión más notoria de la ignorancia de otras modalidades extra-corporales y
sutiles del estado humano, por no hablar de las modalidades espirituales y
metafísicas, las cuales son completamente ignoradas por todas estas teorías.
Por otro lado, creer a pie juntillas que la materia es inmortal, cuando, sin ir
más lejos, la propia teoría cuántica desarrollada por Werner Heisenberg y Niels
Bohr a principios del siglo XX, explica que la materia nace y muere
constantemente y está sujeta a cambios constantes entre sus elementos
constitutivos, tanto macrocósmico como microcósmico, pero que siempre tiene
hacia la síntesis y la complementariedad–, esta creencia, decimos, es la prueba
más evidente del delirio que encierra la “religión” de los transhumanistas. Sus
profetas más fervientes son los más ilusos, pues creen haber alcanzado el
estado más evolucionado de la humanidad cuando en realidad han sido atrapados
en el laberinto que ha ido urdiendo sutilmente en sus conciencias la omnipresente
“araña global” -valga la imagen- tan negra como la piedra del “silicio” que le
sirve de vehículo transmisor.
De ahí la denominación de Silicon Valley (Valle del Silicio)
dado a la comarca de California donde se encuentran las grandes compañías
tecnológicas del mundo. Silicon Valley es uno de los “centros” neurálgicos donde
reside el poder de este mundo, y
subrayo “este mundo” en el sentido que dicha expresión tiene en las Escrituras,
y que se corresponde efectivamente con el mundo del fin de ciclo. No deja de
ser igualmente significativo desde la óptica de las leyes cíclicas, que tanto
el petróleo como el silicio –los dos elementos minerales que han sido y están
siendo, respectivamente, los “motores” del desarrollo técnico en dos etapas
distintas de nuestra época- sean de color negro, el que define nuestra época de
oscurecimiento espiritual. Francisco Ariza
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