Durante la conferencia de Francisco Ariza en la Biblioteca Arús de Barcelona. mayo 2018
LA CORRUPCIÓN DE LOS MEJORES Y LA “UNIÓN EN
EL ARCA”
Debido a que no pudimos terminar por falta de tiempo la
conferencia impartida en la Biblioteca Arús sobre el “homo deus” y sus falsos
profetas, hemos utilizado un marco distinto para dar punto y final a nuestro
discurso, donde en un momento dado dijimos que según las leyes cíclicas en los
últimos tiempos acontecerá lo peor y lo mejor de nuestra humanidad actual. Por
eso precisamente hemos querido titular esta última parte “La corrupción de los
mejores y la unión en el arca”, pues consideramos que estas dos expresiones
reflejan perfectamente lo que queremos decir acerca de lo peor y lo mejor del
ciclo.
Nuestra humanidad actual está a punto de finalizar su
periodo cíclico, estimado en 65000 años según los datos de la Ciclología
tradicional. Pero a ella le sucederá “otra humanidad” que nada tiene que ver
con esa supuesta transhumanidad o posthumanidad promovida por la inteligencia
artificial, que como hemos dicho en varias ocasiones es más bien un “signo”
entre otros de que estamos efectivamente en el final de un ciclo que afecta a
la humanidad entera. Ha habido otras humanidades anteriores a la nuestra, y
habrá otras después, que desarrollaran sus posibilidades hasta agotarlas, que
es exactamente lo que le está pasando a nuestra humanidad y al medio cósmico en
que ella se ha manifestado y sigue manifestándose, medio que participa
igualmente de ese “agotamiento”. San Juan Evangelista ya lo dice en el libro de
la “Revelación”, o Apocalipsis, al referirse al nuevo ciclo cósmico y humano: “vi
un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis
21).
En este punto nos preguntamos lo siguiente: ¿no hemos de ver
también en el transhumanismo una parodia de la auténtica “nueva humanidad”, que
existirá no en éste sino en el futuro Manvantara?
Esa parodia sería una más de las múltiples “fantasías” de los profetas
tecnológicos, que están convencidos de inaugurar un nuevo tiempo, una “nueva
era” que nada tendrá que ver con la anterior, al igual que la humanidad que la
habite nada tendrá que ver con nuestra humanidad actual. Sin embargo, y como en
tantas otras cosas, esos falsos profetas se equivocan por completo, pues en
realidad esa “nueva era” se corresponde con el último período de la “Era
zodiacal” de Piscis, la cual coincide no por casualidad con el fin del Kali-yuga, la “Edad Oscura”, y por tanto
de todo el Manvántara”.
Es decir, que lejos de haber entrado como muchos creen en la
“Era de Acuario” –signo de aire no lo olvidemos, y que “inaugurará” el
siguiente Manvantara- nosotros
continuamos estando en la “Era de Piscis”, la de los Peces, que naturalmente se
asocian con las aguas, con lo “líquido”, lo que caracteriza también a la
sociedad de la “aldea global” como hemos señalado en varias oportunidades. Las
aguas son regeneradoras y fecundantes, pero también en ellas anidan los
“gérmenes” de la putrefacción, la descomposición y en definitiva la disolución.
Al comienzo de un ciclo civilizador, en su “época fundacional” podríamos decir,
se manifiestan los aspectos más luminosos de la era Zodiacal, mientras que es
al final de ese mismo ciclo cuando aparecen los aspectos más inferiores y oscuros,
relacionados, en el caso de la era de Piscis, con las caóticas aguas del
psiquismo cósmico y humano.
El concepto de “masa”, de “muchedumbre”, de “colectivismo”
ha nacido en nuestro tiempo, el del “reino de la cantidad” y por tanto de la
“multiplicidad”. Lo “cuantitativo” en todos sus aspectos se ha impuesto en
detrimento de la “calidad”, de lo cualitativo, de lo que pertenece a la esencia
de las cosas y los seres, a su “ley interna” en concordancia con la Ley divina
o Dharma. Por eso mismo esas aguas son también las aguas del “olvido”, pues el
objetivo de esas energías disolventes es borrarnos la memoria de nuestro
verdadero origen, sustituyéndolo por el “homo deus” y su inteligencia
artificial, grotesca parodia del verdadero ser humano, esa “admirable
maravilla” de la que habla Pico de la Mirándola en su famoso “Discurso sobre la
Dignidad del Hombre”.
Son pues las posibilidades de la presente humanidad
pertenecientes al mundo inferior –y es indudable desde nuestro punto de vista
que dentro de esas “posibilidades inferiores” está el “pensamiento” del
transhumanismo- las que deben agotarse al final del presente ciclo, si bien, y
como señala muy oportunamente a este respecto Bruno Hapel en su artículo “El
Fin de un Manvantara” aparecido hace varios años en “Antología de Textos
Herméticos” perteneciente a “Symbolos”, ese mismo agotamiento también se
extiende a aquellas posibilidades del mundo intermediario y sutil que se
“oponen”, afirma este autor, a “la unión en el arca”. Bruno
Hapel lo explica de esta manera:
En el marco de un fin
de Manvántara, la humanidad
dedica así toda su fuerza a este agotamiento de las posibilidades. Aunque estas
últimas sean en su aplastante mayoría de naturaleza antitradicional, y hasta
contra-iniciática, se olvida que una parte de esas posibilidades son de
naturaleza tradicional e iniciática. En efecto, parece no comprenderse que el
germen no concernirá más que a la humanidad futura y que así la acción
tradicional en el final de un Manvántara
debe agotar todas las posibilidades tradicionales que no se reabsorberán en el
germen del Manvántara futuro.
Puede decirse pues que lo que "se separa" es lo
que se agota, luego todo lo que se agota se separa. La Tradición realiza
entonces este agotamiento de los aspectos que tienden hacia una materialización
y un formalismo cada vez más acentuados. (…)
La Tradición, en un fin de Manvántara,
debe enfrentarse a la descualificación, continuamente creciente, de sus
miembros.
Leyendo estas palabras viene a
nuestra memoria aquel antiguo proverbio latino que reza: Corruptio Optimi Pessima:
"La corrupción de los mejores es lo peor". En efecto, aquellos que
por la disposición de su espíritu han recibido la voz del Nous, es decir del Intelecto, y la han guardado en su mente y en su
corazón como una semilla que germina perennemente, haciendo de ella el “centro
de su vida”, tienen una enorme responsabilidad en este fin de ciclo, pues son
los destinados a conformar los gérmenes del “ciclo futuro” -el “siglo de
la vida venturosa” de que se habla en la tradición cristiana.
Pero se dice que en el fin de los tiempos hasta los
escogidos para entrar en el arca pueden ser “seducidos” por el “príncipe de este mundo”, llamado no por casualidad
“el príncipe de la mentira”, es decir de todo lo que no es verdadero, sino
“apariencia” de verdad, una imitación, un simulacro, una “falsificación”, o la
“mezcla” de lo verdadero y lo falso, que es una forma de la mentira, siendo
esto una característica propia del “adversario” de lo humano, pero no del
Espíritu, pues este no tiene adversario alguno. Todos estos términos definen la
naturaleza del medio profano en que vivimos, y con el que no se puede ser
cómplice a menos que colaboremos también en la “separatividad” y la “división”,
y no en la “unión en el arca”.
La “caída en la ciénaga” de que se habla en algunas
tradiciones, es un peligro que no desaparece hasta que el ser haya superado el
“nivel de las aguas inferiores”, o sea el plano de Yetsirah del Árbol de la Vida, que es muy amplio ya que constituye
el laberinto de la psique, un mundo de “reflejos” y de “espejismos”, de
maravillosas intuiciones o presagios de “un mundo otro”, pero también de
confusiones entre lo psíquico y lo espiritual que dejan al ser en un estado de
“caos” del que solo puede salir llegando al centro de ese laberinto, que es el
centro de su alma, que de tener una forma sería la de un arca, también la de
una copa, o la de un corazón, que acogen la “quintaesencia” del estado humano, dicho
esto en sentido totalmente alquímico, “quintaesencia” en nada distinta de la
Unidad del Ser universal.
El arca de que estamos hablando es
un recipiente hecho para conservar un contenido que es de naturaleza sapiencial
y metafísica, pues esta palabra procede de “arqué”, el principio, de donde
también deriva “arcano”, que se refiere a todo cuanto es “secreto” o “misterio”
por su propia naturaleza. Es decir que los gérmenes depositados en el arca son
de carácter espiritual e inseparables del “Principio”. Esta es la razón
de por qué el Arca, navegando por encima de las aguas, se simboliza por la
mitad inferior de una circunferencia, pero “cerrada, nos dice René Guénon, por
su diámetro horizontal, en cuyo interior se contiene el punto en que se
sintetizan todos los gérmenes en estado de completo repliegue”.
En consecuencia los gérmenes que se depositan en el arca
simbólica constituye la “quintaesencia” del ciclo que termina, sintetizados en
ese “punto”. Por eso, este mismo autor, Bruno Hapel, nos recuerda que el germen
es lo “que queda” después de haberse agotado todo cuanto debía agotarse. Pero, como decimos, lo “que queda” es el germen del “ciclo
futuro”, donde florecerá la nueva humanidad de un nuevo Manvantara, hecho que es descrito simbólicamente como el “descenso”
de la “Jerusalén Celeste”, que será el Paraíso de esa nueva humanidad. Si
nuestra humanidad primordial habitó en un Jardín, de ahí toda su simbólica
vegetal, la humanidad primordial del nuevo Manvantara habitará en una Ciudad,
de forma cuadrada y construida de piedras preciosas, pero manteniendo en su
centro también el Árbol de la Vida, o Eje del Mundo. El tesoro oculto y
escondido será sacado a la luz y la oscuridad no prevalecerá más sobre ella.
La aceleración de nuestro tiempo tiene que ver con esa
energía de la gravedad que nos arrastra “hacia abajo”, pero hemos de darnos
cuenta que en realidad esa energía forma parte de un eje polarizado, cuyo
centro está en nuestro corazón, y es ahí, precisamente, donde seremos
absorbidos, o “aspirados”, por otro tipo de energía mucho más sutil que
invertirá el sentido de esa “caída” y conducirá hacia el polo superior, el polo
celeste. Pero esa “reinversión”, o “enderezamiento” como diría René Guénon, dependerá
de nosotros, de nuestra “recta intención”, que es nuestro “eje interno”, la
dirección del cual puede “tender” hacia el polo inferior y la disolución, o
hacia el superior, donde también seremos “disueltos” pero en este caso en la
Unidad indiferenciada, en la cual no hay acepción de personas. Decía el Maestro
Eckhard que en la Unidad se está “fundido, pero no confundido”. El ser que se
“funde” en la Unidad metafísica vive la epifanía de la liberación de todo
condicionamiento, pues como dice Juan Evangelista: solo “la verdad os hará
libres”. Francisco Ariza
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