sábado, 23 de junio de 2018

MUSAS EN LA FUENTE CASTALIA, LA FUENTE DE LA MEMORIA



La Fuente Castalia se encuentra en la ladera meridional del monte Parnaso, en Delfos. Data de principios del siglo VI a. C., y milagrosamente su manantial continúa sin agotarse ni perder el frescor sus cristalinas aguas. Pues estas siguen corriendo alegres hasta un recoveco rocoso donde, según cuenta la tradición, se reunían las Musas con Apolo. Estas aguas tuvieron propiedades alucinógenas, pues el monte en sí mismo desprende vapores que pueden facilitar la apertura de la conciencia de quien los exhala. A estas diosas, y a las aguas de la memoria que simbolizan, Proclo les dedica las siguientes palabras que lo dicen todo respecto a lo que significa la adhesión a estas entidades luminosas. La Memoria de Calíope.

HIMNO A LAS MUSAS, DE PROCLO
Cantemos la luz que lleva por el camino del retorno a los hombres; Glorifiquemos las nueve hijas del gran Zeus, 
De luminosas voces; 
Cantemos a estas vírgenes que, 
Por la virtud de las puras iniciaciones que Provienen de los libros, despertadores de inteligencia, 
Arrancan de los dolorosos sufrimientos de la tierra, 
A las almas que erran en el fondo de los pozos de la vida, Enseñándolas a ocuparse con celo, 
De buscar y seguir un camino sobre las corrientes, 
Y profundas olas del olvido, 
Y de retornar, puras, al astro paterno, 
Hacia este astro del cual un día ellas se apartaron 
Cuando, enloquecidas por el deseo, de los groseros 
Bienes de la materia, cayeron en el áspero mundo de la generación. Y en cuanto a vosotras, oh Diosas, 
Apaciguad el impetuoso impulso que me impulsa al delirio, 
¡Y haced que las inteligentes palabras me transporten a un santo éxtasis! 
Que la raza de los hombres que sólo sienten miedo hacia Dios 
No me aparte de los caminos divinos, 
¡Deslumbrantes y llenos de luminosos frutos! 
De lo profundo del caos, 
Perdida por el devenir en mil caminos errados, 
Atraed a mi alma que busca sin cesar la pura luz; 
Y, llenándola de vuestras gracias, 
Que poseen el poder de aumentar la inteligencia, 
Dadle la gracia de poseer para siempre el glorioso privilegio 
De pronunciar con facilidad las elocuentes palabras 
¡Que seducen los corazones!

Imagen del frontispicio: Techo del Salón de los Espejos. Gran Teatro del Liceo, Barcelona.




miércoles, 20 de junio de 2018

Templo de Mitra reproducido en el Museo de Cabra (Córdoba).


Tres secuencias de la grabación dentro del Mitreo, o templo de Mitra, que está reproducido en el museo de Cabra (Córdoba), donde eran celebrados los misterios de su iniciación. 




Aquí dejamos la dirección a una lista de reproducción en nuestro canal en youtube, donde hemos subido los 11 vídeos de esta serie sobre los Misterios de Mitra.

sábado, 16 de junio de 2018

“Bhagavad Gita”, texto sapiencial de la Tradición Hindú.





El  Bhagavad Gita (El Canto del Señor) es uno de los textos más importantes de la Tradición Hindú, y por tanto uno de los libros sagrados de la humanidad, es decir de la Tradición Universal y Unánime, aunque con una simbología propia y característica de su cosmovisión,  tan rica y exuberante, donde el color constituye la nota dominante. Es por tanto un tesoro que tiene su origen en la metafísica brahmánica, expuesta en los Vedas y los Upanishad.

Está escrito en forma de un diálogo entre maestro y discípulo. El primero no es otro que Krishna, representación de la divinidad. El segundo es Arjuna, noble guerrero que se ve desalentado y confundido al tenerse que enfrentar a sus propios parientes en una batalla, forma épica de referirse a la eterna búsqueda del hombre por conseguir la paz interior.

El Bhagavad Gita pertenece a la gran epopeya del Mahabarata, y es un texto pensado sobre todo para los guerreros, o khatriyas, que junto a los brahmanes, o sacerdotes, y los vaishas, artesanos, constituyeron durante milenios los pilares sobre los que se sostuvo la gran civilización hindú. Brahmanes, Khatriyas y Vaishas, son los “dos veces nacidos”, expresión que se atribuye a quienes por la disposición de su naturaleza interior están cualificados para recibir la iniciación a lo sagrado.


En sucesivas notas iremos poniendo algunos  fragmentos del Bhagavad Gita. La Memoria de Calíope

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Carro de Arjuna dirigiéndose a la batalla que debe librar consigo mismo

viernes, 15 de junio de 2018

UN SÍMBOLO DEL FIN DE CICLO: EL "HOMO DEUS" TECNOLÓGICO Y SUS FALSOS PROFETAS (III PARTE Y ÚLTIMA)

Durante la conferencia de Francisco Ariza en la Biblioteca Arús de Barcelona. mayo 2018

LA CORRUPCIÓN DE LOS MEJORES Y LA “UNIÓN EN EL ARCA”
Debido a que no pudimos terminar por falta de tiempo la conferencia impartida en la Biblioteca Arús sobre el “homo deus” y sus falsos profetas, hemos utilizado un marco distinto para dar punto y final a nuestro discurso, donde en un momento dado dijimos que según las leyes cíclicas en los últimos tiempos acontecerá lo peor y lo mejor de nuestra humanidad actual. Por eso precisamente hemos querido titular esta última parte “La corrupción de los mejores y la unión en el arca”, pues consideramos que estas dos expresiones reflejan perfectamente lo que queremos decir acerca de lo peor y lo mejor del ciclo.
Nuestra humanidad actual está a punto de finalizar su periodo cíclico, estimado en 65000 años según los datos de la Ciclología tradicional. Pero a ella le sucederá “otra humanidad” que nada tiene que ver con esa supuesta transhumanidad o posthumanidad promovida por la inteligencia artificial, que como hemos dicho en varias ocasiones es más bien un “signo” entre otros de que estamos efectivamente en el final de un ciclo que afecta a la humanidad entera. Ha habido otras humanidades anteriores a la nuestra, y habrá otras después, que desarrollaran sus posibilidades hasta agotarlas, que es exactamente lo que le está pasando a nuestra humanidad y al medio cósmico en que ella se ha manifestado y sigue manifestándose, medio que participa igualmente de ese “agotamiento”. San Juan Evangelista ya lo dice en el libro de la “Revelación”, o Apocalipsis, al referirse al nuevo ciclo cósmico y humano: “vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21).
En este punto nos preguntamos lo siguiente: ¿no hemos de ver también en el transhumanismo una parodia de la auténtica “nueva humanidad”, que existirá no en éste sino en el futuro Manvantara? Esa parodia sería una más de las múltiples “fantasías” de los profetas tecnológicos, que están convencidos de inaugurar un nuevo tiempo, una “nueva era” que nada tendrá que ver con la anterior, al igual que la humanidad que la habite nada tendrá que ver con nuestra humanidad actual. Sin embargo, y como en tantas otras cosas, esos falsos profetas se equivocan por completo, pues en realidad esa “nueva era” se corresponde con el último período de la “Era zodiacal” de Piscis, la cual coincide no por casualidad con el fin del Kali-yuga, la “Edad Oscura”, y por tanto de todo el Manvántara”.
Es decir, que lejos de haber entrado como muchos creen en la “Era de Acuario” –signo de aire no lo olvidemos, y que “inaugurará” el siguiente Manvantara- nosotros continuamos estando en la “Era de Piscis”, la de los Peces, que naturalmente se asocian con las aguas, con lo “líquido”, lo que caracteriza también a la sociedad de la “aldea global” como hemos señalado en varias oportunidades. Las aguas son regeneradoras y fecundantes, pero también en ellas anidan los “gérmenes” de la putrefacción, la descomposición y en definitiva la disolución. Al comienzo de un ciclo civilizador, en su “época fundacional” podríamos decir, se manifiestan los aspectos más luminosos de la era Zodiacal, mientras que es al final de ese mismo ciclo cuando aparecen los aspectos más inferiores y oscuros, relacionados, en el caso de la era de Piscis, con las caóticas aguas del psiquismo cósmico y humano.
El concepto de “masa”, de “muchedumbre”, de “colectivismo” ha nacido en nuestro tiempo, el del “reino de la cantidad” y por tanto de la “multiplicidad”. Lo “cuantitativo” en todos sus aspectos se ha impuesto en detrimento de la “calidad”, de lo cualitativo, de lo que pertenece a la esencia de las cosas y los seres, a su “ley interna” en concordancia con la Ley divina o Dharma. Por eso mismo esas aguas son también las aguas del “olvido”, pues el objetivo de esas energías disolventes es borrarnos la memoria de nuestro verdadero origen, sustituyéndolo por el “homo deus” y su inteligencia artificial, grotesca parodia del verdadero ser humano, esa “admirable maravilla” de la que habla Pico de la Mirándola en su famoso “Discurso sobre la Dignidad del Hombre”.
Son pues las posibilidades de la presente humanidad pertenecientes al mundo inferior –y es indudable desde nuestro punto de vista que dentro de esas “posibilidades inferiores” está el “pensamiento” del transhumanismo- las que deben agotarse al final del presente ciclo, si bien, y como señala muy oportunamente a este respecto Bruno Hapel en su artículo “El Fin de un Manvantara” aparecido hace varios años en “Antología de Textos Herméticos” perteneciente a “Symbolos”, ese mismo agotamiento también se extiende a aquellas posibilidades del mundo intermediario y sutil que se “oponen”, afirma este autor, a “la unión en el arca”. Bruno Hapel lo explica de esta manera:
En el marco de un fin de Manvántara, la humanidad dedica así toda su fuerza a este agotamiento de las posibilidades. Aunque estas últimas sean en su aplastante mayoría de naturaleza antitradicional, y hasta contra-iniciática, se olvida que una parte de esas posibilidades son de naturaleza tradicional e iniciática. En efecto, parece no comprenderse que el germen no concernirá más que a la humanidad futura y que así la acción tradicional en el final de un Manvántara debe agotar todas las posibilidades tradicionales que no se reabsorberán en el germen del Manvántara futuro.
Puede decirse pues que lo que "se separa" es lo que se agota, luego todo lo que se agota se separa. La Tradición realiza entonces este agotamiento de los aspectos que tienden hacia una materialización y un formalismo cada vez más acentuados. (…) La Tradición, en un fin de Manvántara, debe enfrentarse a la descualificación, continuamente creciente, de sus miembros.
Leyendo estas palabras viene a nuestra memoria aquel antiguo proverbio latino que reza: Corruptio Optimi Pessima: "La corrupción de los mejores es lo peor". En efecto, aquellos que por la disposición de su espíritu han recibido la voz del Nous, es decir del Intelecto, y la han guardado en su mente y en su corazón como una semilla que germina perennemente, haciendo de ella el “centro de su vida”, tienen una enorme responsabilidad en este fin de ciclo, pues son los destinados a conformar los gérmenes del “ciclo futuro” -el “siglo de la vida venturosa” de que se habla en la tradición cristiana.
Pero se dice que en el fin de los tiempos hasta los escogidos para entrar en el arca pueden ser “seducidos” por el “príncipe de este mundo”, llamado no por casualidad “el príncipe de la mentira”, es decir de todo lo que no es verdadero, sino “apariencia” de verdad, una imitación, un simulacro, una “falsificación”, o la “mezcla” de lo verdadero y lo falso, que es una forma de la mentira, siendo esto una característica propia del “adversario” de lo humano, pero no del Espíritu, pues este no tiene adversario alguno. Todos estos términos definen la naturaleza del medio profano en que vivimos, y con el que no se puede ser cómplice a menos que colaboremos también en la “separatividad” y la “división”, y no en la “unión en el arca”.
La “caída en la ciénaga” de que se habla en algunas tradiciones, es un peligro que no desaparece hasta que el ser haya superado el “nivel de las aguas inferiores”, o sea el plano de Yetsirah del Árbol de la Vida, que es muy amplio ya que constituye el laberinto de la psique, un mundo de “reflejos” y de “espejismos”, de maravillosas intuiciones o presagios de “un mundo otro”, pero también de confusiones entre lo psíquico y lo espiritual que dejan al ser en un estado de “caos” del que solo puede salir llegando al centro de ese laberinto, que es el centro de su alma, que de tener una forma sería la de un arca, también la de una copa, o la de un corazón, que acogen la “quintaesencia” del estado humano, dicho esto en sentido totalmente alquímico, “quintaesencia” en nada distinta de la Unidad del Ser universal.
El arca de que estamos hablando es un recipiente hecho para conservar un contenido que es de naturaleza sapiencial y metafísica, pues esta palabra procede de “arqué”, el principio, de donde también deriva “arcano”, que se refiere a todo cuanto es “secreto” o “misterio” por su propia naturaleza. Es decir que los gérmenes depositados en el arca son de carácter espiritual e inseparables del “Principio”. Esta es la razón de por qué el Arca, navegando por encima de las aguas, se simboliza por la mitad inferior de una circunferencia, pero “cerrada, nos dice René Guénon, por su diámetro horizontal, en cuyo interior se contiene el punto en que se sintetizan todos los gérmenes en estado de completo repliegue”.
En consecuencia los gérmenes que se depositan en el arca simbólica constituye la “quintaesencia” del ciclo que termina, sintetizados en ese “punto”. Por eso, este mismo autor, Bruno Hapel, nos recuerda que el germen es lo “que queda” después de haberse agotado todo cuanto debía agotarse. Pero, como decimos, lo “que queda” es el germen del “ciclo futuro”, donde florecerá la nueva humanidad de un nuevo Manvantara, hecho que es descrito simbólicamente como el “descenso” de la “Jerusalén Celeste”, que será el Paraíso de esa nueva humanidad. Si nuestra humanidad primordial habitó en un Jardín, de ahí toda su simbólica vegetal, la humanidad primordial del nuevo Manvantara habitará en una Ciudad, de forma cuadrada y construida de piedras preciosas, pero manteniendo en su centro también el Árbol de la Vida, o Eje del Mundo. El tesoro oculto y escondido será sacado a la luz y la oscuridad no prevalecerá más sobre ella.
La aceleración de nuestro tiempo tiene que ver con esa energía de la gravedad que nos arrastra “hacia abajo”, pero hemos de darnos cuenta que en realidad esa energía forma parte de un eje polarizado, cuyo centro está en nuestro corazón, y es ahí, precisamente, donde seremos absorbidos, o “aspirados”, por otro tipo de energía mucho más sutil que invertirá el sentido de esa “caída” y conducirá hacia el polo superior, el polo celeste. Pero esa “reinversión”, o “enderezamiento” como diría René Guénon, dependerá de nosotros, de nuestra “recta intención”, que es nuestro “eje interno”, la dirección del cual puede “tender” hacia el polo inferior y la disolución, o hacia el superior, donde también seremos “disueltos” pero en este caso en la Unidad indiferenciada, en la cual no hay acepción de personas. Decía el Maestro Eckhard que en la Unidad se está “fundido, pero no confundido”. El ser que se “funde” en la Unidad metafísica vive la epifanía de la liberación de todo condicionamiento, pues como dice Juan Evangelista: solo “la verdad os hará libres”. Francisco Ariza

martes, 12 de junio de 2018

La Memoria de Calíope. Resumen Gráfico Primer Aniversario


Resumen gráfico de los temas y actividades promovidas desde La Memoria de Calíope
Un espacio dedicado al Arte y la Cultura como vías de Conocimiento.


Gracias a todos los que nos habéis acompañado


UN SÍMBOLO DEL FIN DE CICLO: EL "HOMO DEUS" TECNOLÓGICO Y SUS FALSOS PROFETAS (II PARTE)


LA PARODIA DE LA “INTELIGENCIA ARTIFICIAL”

Como todos sabemos, uno de los temas recurrentes en la nueva era electrónica es el de la “inteligencia artificial”, que no es otra cosa que haber dotado a la máquina de los suficientes elementos electrónicos que reproducen artificialmente la inteligencia humana. Es lo que se llama en el lenguaje de los transhumanistas la “singularidad tecnológica”. Esa “singularidad” marcará la diferencia entre el humano y el transhumano, o potshumano, dotando a este último de una superioridad física y mental gracias a su simbiosis con la tecnología. Lo más sorprendente es que los ideólogos de esta “nueva humanidad” también hablan de una superioridad espiritual inducida por la tecnología, pues en su mentalidad la evolución material va paralela a la evolución espiritual, de tal manera que la una y la otra estarían al mismo nivel, lo cual obviamente es falso. Precisamente la épocas que marcan la decadencia de las civilizaciones coinciden también con el mayor desarrollo material de las mismas, mientras que la de mayor esplendor espiritual se corresponde con sus orígenes.

Pero, nos preguntamos, ¿qué se entiende por inteligencia en el contexto de la tecnología cibernética?, o mejor ¿a qué inteligencia se refieren los ingenieros tecnológicos como para poder hablar de una “copia” de ella? En realidad no es inteligencia, sino “prodigiosos” mecanismos de asociación dentro de un plano exclusivamente cuantitativo, cuya estructura progrede ad infinitum. En el mundo de la inteligencia artificial se habla de “algoritmos genéticos”, de “redes neuronales” e incluso de “razonamiento” mediante una “lógica” que copia la lógica formal de deducción humana, pero que es incapaz del pensamiento por inducción, el cual abre la mente a concebir lo universal, que nada tiene que ver con lo “general”, un concepto que es más cuantitativo que filosófico y metafísico.

Una vez lograda esa supuesta inteligencia “artificial”, había que “fabricar” a continuación la “informática afectiva”, o “informática emocional”, es decir la informática con “alma” y “sentimientos”, lo cual, unido a la “inteligencia artificial”, crea la parodia de lo que es un ser humano, que sí está dotado de alma y de inteligencia pero estas ciertamente no son un “artificio”, sino que participan del Alma del Mundo y del Intelecto divino, y por tanto son dones otorgados al hombre para no quedar encerrado definitivamente en esos límites horizontales a los que antes nos referíamos.

En la mente de estos falsos profetas se ha incubado la “idea” de que una vez conquistado y dominado el mundo exterior, el hombre va hacia la conquista de su “mundo interior”, pero gracias a la biotecnología, unida ya íntimamente a la “inteligencia” y la “emoción” artificial de la informática. Entre otras cosas, esto último demuestra una vez más que el “conocimiento” que se puede alcanzar con tanta “artificialidad” se limita a los planos más superficiales del ser humano.

Como se dice en la película 1984 basada en la obra del mismo título de G. Orwell (otra utopía invertida) “el hombre es infinitamente maleable”, y si quien lo moldea es un pensamiento que confunde y “mezcla” lo “material” con lo “espiritual”, lo profano con lo sagrado, el resultado final, y llevado a sus límites extremos, no puede ser otro que esta aberrante “tecno-religión” y este “transhumanismo”, que define la mentalidad “cibernética” que se va imponiendo como algo inevitable, como una fatalidad, que es también el cumplimiento de un fin cíclico.

Es por toda esta “confusión” entre lo genuinamente humano y la “artificialidad” tecnológica, que el modelo de sociedad que nos proponen los “visionarios” de la tecno-religión no puede ser para nosotros un modelo “a imitar”, salvo que quedemos prendidos en los encantos de sus “brillos” y “prodigios”. Si la tecno-religión es la idolatría de nuestro tiempo, el nuevo “becerro de oro” no será ya tanto el dinero -que pronto será totalmente “virtual”-, o la riqueza material, sino la tecnología misma, que es el pilar que sostiene este mundo. La “entronización” de la “inteligencia artificial” y sus aberraciones posthumanas, será el triunfo, provisional, de lo que bíblicamente se conoce como el “reino del Adversario”, que es el enemigo del hombre y de lo verdaderamente humano. De ahí que el posthumanismo fomentado por la tecnología sea en verdad la negación de lo humano, o sea una “contra-humanidad”.

Anteriormente mencionamos que la “nueva era” prometida por la tecno-religión es en realidad el resultado de una mentalidad que ha estado “programada” por un pensamiento filosófico y científico dual incapaz de conciliar o de “unir” los opuestos, porque precisamente el concepto metafísico de Unidad, y no el meramente matemático y cuantitativo, ha sido borrado del horizonte intelectual y mental de nuestra época, que sin duda es la más “maniquea” de la historia en todo cuanto ha sido su modelo de existencia.

Recordemos que la “desviación” se produce primero en el concepto que se tiene del número por parte de los filósofos y científicos cartesianos, un concepto donde como hemos dicho lo cuantitativo impera sobre lo cualitativo, con lo cual el número pierde su condición de símbolo capaz de expresar otras realidades superiores para convertirse simplemente en una “cifra”, que solo sirve para “contar”, lo cual es muy propio del “reino de la cantidad” con el que está “signado” nuestro mundo actual, donde solo es “científico” lo que es susceptible de ser “cifrado”, como nos recuerda nuevamente R. Guénon en El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos cuando afirma que

“de todos los sentidos que estaban incluidos en la palabra latina ratio –razón-, apenas se ha guardado ya más que uno sólo, el de “cálculo”, en el uso “científico” que se hace actualmente de la razón”.

Si el origen de nuestra civilización occidental, o uno de sus orígenes, fue el Pitagorismo y con él el concepto sagrado del Número -que dio paso nada menos que a la Filosofía y la Ciencia derivada de ella-, el final de esa misma civilización, convertida ya en “aldea global”, se habrá levantado inevitablemente sobre la “profanación” de ese mismo concepto. Como vemos se trata de una decadencia de algo que pierde su sutil y armónica cadencia para “caer” en su concepción más baja y “utilitarista”.

De hecho la “era digital” es tal vez la expresión más clara que pueda tenerse históricamente de una sociedad enteramente sustentada en la “profanación” del concepto sagrado del número llevado a sus últimas consecuencias. Digital quiere decir tanto “dedo” como “dígito”, es decir “cifra”, lo cual, por otro lado, nos está indicando la estrecha relación que existe entre los dedos y la cifra, pues ellos fueron los primeros “instrumentos” para contar, si bien lo que se entendía por cifra en aquel momento no respondía a lo que hoy entendemos por ella, o ni tan siquiera se contemplaba esa palabra para designar al número. En este sentido fijémonos que todos los sistemas o estructuras sobre las que se asentaban las antiguas cosmogonías respondían a conceptos numéricos extraídos de las diferentes partes del cuerpo humano, principalmente los dedos de la mano, ya fuesen dichos sistemas de base 5, 10 ó 20, como sucedía entre los chinos, los pitagóricos o los mayas entre otros. En cambio la inteligencia artificial de la computadora, sobre la que se sostiene la realidad del mundo cibernético, se estructura bajo el “sistema binario”, es decir “dual”, y es esto precisamente lo que nos interesa destacar en este momento, dejando aparte otras consideraciones de tipo técnico que hacen necesario ese código para el funcionamiento de todo el sistema de la sociedad cibernética.

Un desarrollo capaz de crear una realidad “virtual” que puede convertirse en la “única realidad” para muchas mentalidades “seducidas” por esa ilusión, genera en ellas inevitablemente la impresión de alcanzar a emular el poder creador de Dios, sin saber muy bien en qué consiste realmente ese “poder”, que desde luego nada tiene de “psicológico” ni de “material”. Esa impresión, tarde o temprano, terminará por convertirse  en “certeza”, y de ahí a llegar a “ser como Dios” tan solo habrá un paso. Nuestras manos y nuestra mente se equipararán con la inteligencia hacedora de Dios. De hecho, la clonación de seres vivos es el primer gran logro de la “usurpación” de esa inteligencia por parte de la biotecnología y la manipulación genética.

Seremos omnipotentes… Sin embargo, los antiguos griegos ya advirtieron que cuando los dioses quieren destruir a los hombres, lo primero que hacen es volverlos locos. Es esto realmente lo que nos ha pasado a los hombres y mujeres de este fin de ciclo: nos hemos vuelto locos, en el sentido de “descentrados”, de “excéntricos”, de los que están alejados del centro y viven en la periferia de la rueda del mundo, en el dominio de la multiplicidad y del cambio permanente y cada vez más vertiginoso, con lo que esto trae aparejado de inestabilidad en todos los ámbitos de la vida humana. La tragedia, o la tragicomedia si se quiere, es que los radios que conectaban esa periferia con el centro de la rueda, es decir con la esencia de cada uno de nosotros, han desaparecido o bien hay que buscarlos muy arduamente, pero sabemos que “el que busca encuentra”, lo cual supone una verdadera aventura en un mundo que se ha convertido en una selva enmarañada de signos, códigos, cifras y algoritmos sin fin.

Cuando Nietzsche anunció la “muerte de Dios” y la llegada del superhombre estaba describiendo una realidad que sucedía ya en las conciencias de sus contemporáneos, que íntimamente habían sustituido la idea fecunda de una sacralidad trascendente por una fe ciega en la ciencia y la tecnología de ella resultante. No olvidemos que las dos guerras mundiales que asolaron el mundo durante la primera mitad del siglo pasado sucedieron en un período durante el cual hubo un desarrollo considerable de la investigación científica en campos hasta entonces inexplorados, y donde también se pusieron las bases teóricas de lo que llegaría a ser la sociedad actual, con la computarización convertida en omnipresente en el espacio vital e íntimo de la persona humana.

Esos ideólogos certifican incluso que la “inmortalidad corporal” estará asegurada en esa “realidad paralela” gracias al poder omnímodo de la nueva deidad, que podrá “recrear” a ese ser ilimitadamente en un sentido puramente físico, lo cual no deja de recordar a la “criatura” elaborada por el doctor Frankestein, que es uno de los “mitos fundacionales” de nuestra época y del que se cumplen exactamente 200 años. El título es ya bastante ilustrativo: Frankenstein o el Nuevo Prometeo. Ha transcurrido el tiempo suficiente para darnos cuenta de que el tema de la novela de Mary Shelley preconizaba ya esa idea absurda de la “inmortalidad corporal” de los transhumanistas; y no sólo eso sino que además la energía que “anima” a los “pedazos” recompuestos de la criatura, no lleva, por así decir, el ADN de la verdadera inteligencia humana. 

Esta alusión a Prometeo, que robó el “fuego” de los dioses para forjar la raza humana, va dirigida también, pero en un sentido negativo e inverso, a todos estos nuevos “prometeos” y “profetas” de la tecno-religión y la biotecnología, que también pretenden forjar una “nueva humanidad”, la “transhumanidad”, al robar lo que ellos creen son los “secretos de la vida” encerrados en el código genético, cuya manipulación, sin duda alguna, es una poderosa “tentación” semejante a la que tuvieron quienes en los orígenes de nuestra humanidad, y según el mito bíblico, se les presentó la posibilidad de escoger entre el Árbol de la Vida plantado en el centro del Edén o el Árbol de la “Ciencia del Bien y del Mal”. El primero supone el conocimiento de la Ciencia Sagrada que conduce a la Unidad, el segundo a la Ciencia de la Dualidad, tanto más irreconciliable cuanto más alejada se encuentra de su origen. Esa tentación se acrecienta aún más cuando se está plenamente convencido de que no hay límites en el desarrollo de la inteligencia artificial, la que se impone como un bien necesario e imprescindible.

Volviendo de nuevo a Mary Shelley, y para acabar de entender esta analogía que estamos haciendo entre su criatura literaria y los intentos de fundar una humanidad partiendo de la simbiosis entre el hombre y la máquina, resulta igualmente interesante destacar que en la época en que escribió su obra la escritora escocesa estaban en pleno auge las teorías del “magnetismo animal”, sustentadas en la creencia de que algo perteneciente al mundo sutil, o psíquico, podía ser “corporizado” mediante los “fluidos magnéticos” y más tarde por los “fluidos eléctricos”, lo cual llevaría a la ilusión de poder “dar vida”, o de insuflar el “fuego de la vida” a un cuerpo inanimado, cuando en verdad lo único que puede dar vida es el Espíritu. Hemos de tener en cuenta que

Pues bien, la inteligencia artificial y el mundo que está creando, es el resultado final de esas teorías del magnetismo y los fluidos y ondas electromagnéticas de hace 100 ó 200 años, y que trajo un cambio de percepción del mundo basado en el intento de “materializar” el mundo sutil, pues existe una confusión entre lo que es invisible por su no visibilidad al ojo humano, pero que es “materia”, tales los fotones o partículas de la luz, y lo que es invisible por propia naturaleza inmaterial; por eso mismo dichas teorías formaban parte también de las corrientes “neoespiritualistas” y “ocultistas” de esas épocas que influirían en el desarrollo posterior de la ciencia empírica, materialista y cuantitativa, de la cual nacería la cibernética. El materialismo científico es contemporáneo del “neoespiritualismo”, así como la tecnología electrónica es contemporánea de la corriente “New Age”, que impregna nuestra sociedad actual con su “mezcla” confusa entre lo espiritual y lo psíquico. En realidad, el pensamiento sincretista y pseudoespiritualista de la New Age es la fuente que ha nutrido a todos los falsos profetas del transhumanismo y la tecnorreligión.

Resulta interesante advertir que los padres de la “revolución científica” de los siglos XVI-XVII –Copérnico, Kepler, Tycho Brahe, Leibniz, Newton, Boyle, etc., todavía tenían una concepción sagrada de la ciencia y era visible en ellos el conocimiento de la filosofía hermética, pitagórica y platónica. Si plasmaron sus conocimientos de la cosmogonía en términos mecánicos es porque su “mirada” se centró en el orden visible y físico del cosmos, pero conocían perfectamente que ese orden era el reflejo de otro orden más sutil, la Harmonía Mundi, y que esta emanaba a su vez de la Inteligencia o Mente divina. Realmente el cambio substancial viene con la aceptación del método científico introducido por Descartes, que es de quien se sienten herederos los ingenieros de la “inteligencia artificial”.

El “Prometeo” de Mary Shelley, este es en realidad una metáfora que nos indica cómo la mentalidad del hombre contemporáneo ha sido poco a poco “artificialmente fabricada” para aceptar sin titubeo la peregrina idea de una inmortalidad corporal gracias a la “deidad” tecnológica. Podríamos decir que antes de triunfar la “ingeniería genética”, ha habido previamente una “ingeniería mental” que ha hecho posible que todo esto sea cada vez más aceptado, y más “natural”, dicho esto entre comillas.

Además, ese “apego” enfermizo a lo “corporal” es la confesión más notoria de la ignorancia de otras modalidades extra-corporales y sutiles del estado humano, por no hablar de las modalidades espirituales y metafísicas, las cuales son completamente ignoradas por todas estas teorías. Por otro lado, creer a pie juntillas que la materia es inmortal, cuando, sin ir más lejos, la propia teoría cuántica desarrollada por Werner Heisenberg y Niels Bohr a principios del siglo XX, explica que la materia nace y muere constantemente y está sujeta a cambios constantes entre sus elementos constitutivos, tanto macrocósmico como microcósmico, pero que siempre tiene hacia la síntesis y la complementariedad–, esta creencia, decimos, es la prueba más evidente del delirio que encierra la “religión” de los transhumanistas. Sus profetas más fervientes son los más ilusos, pues creen haber alcanzado el estado más evolucionado de la humanidad cuando en realidad han sido atrapados en el laberinto que ha ido urdiendo sutilmente en sus conciencias la omnipresente “araña global” -valga la imagen- tan negra como la piedra del “silicio” que le sirve de vehículo transmisor.

De ahí la denominación de Silicon Valley (Valle del Silicio) dado a la comarca de California donde se encuentran las grandes compañías tecnológicas del mundo. Silicon Valley es uno de los “centros” neurálgicos donde reside el poder de este mundo, y subrayo “este mundo” en el sentido que dicha expresión tiene en las Escrituras, y que se corresponde efectivamente con el mundo del fin de ciclo. No deja de ser igualmente significativo desde la óptica de las leyes cíclicas, que tanto el petróleo como el silicio –los dos elementos minerales que han sido y están siendo, respectivamente, los “motores” del desarrollo técnico en dos etapas distintas de nuestra época- sean de color negro, el que define nuestra época de oscurecimiento espiritual. Francisco Ariza

viernes, 1 de junio de 2018

UN SÍMBOLO DEL FIN DE CICLO: EL “HOMO DEUS” TECNOLÓGICO Y SUS FALSOS PROFETAS (I Parte)


I. EL CONTEXTO IDEOLÓGICO DE LA SOCIEDAD CIBERNÉTICA
En cierto modo la charla de hoy es una continuación de la última conferencia que dimos aquí en la Biblioteca Arús hace unos cuantos meses, donde tratamos de las Eras Zodiacales desde el punto de vista de las leyes de la Ciclología. Bajo ese mismo enfoque vamos a tratar ahora de un tema que nos ilustra acerca de la naturaleza singular de nuestro tiempo, signado por los extraordinarios avances tecnológicos que inevitablemente han cambiado la manera en que vemos y comprendemos el mundo, hasta el punto de haberse producido una “ruptura” con el marco mental y espiritual heredado de la humanidad anterior a la “era tecnológica”, la que engendrará según sus “profetas” más arrojados una “nueva humanidad” creada a partir de la simbiosis del hombre y la “inteligencia artificial”: el homo deus.
Términos como “trans-humanismo”, o posthumanidad, homo deus, se emplean cada vez con mayor frecuencia en el lenguaje corriente de la calle y en los medios de comunicación, lo que quiere decir que ha “calado” en la opinión pública, y publicada, pues abundan los libros y artículos que, o bien son auténticas apologías o por el contrario advierten de las consecuencias negativas de una tecnología deshumanizada, que para muchos cumple una función poco menos que “demiúrgica”, hasta el punto de divinizarla; por eso no es impropio hablar de “tecno-religión”, otro término en boga pues describe un “rasgo” propio de la mentalidad de aquellos que creen firmemente en el poder “creador” de la tecnología, capaz incluso de “transformar” al propio hombre; de ahí nace precisamente el concepto de “trans-humanidad”. Sin embargo, no pretendemos “criticar” ni mucho menos “censurar” estos temas, como si fuésemos los abanderados de una ética agredida por la deshumanización creciente de la ciencia tecnológica, sino que nuestro único interés consiste en observar todo esto con la mayor objetividad y guiados por la doctrina tradicional de los ciclos, que es una ciencia tradicional muy antigua y que, aunque resulte paradójico, siempre está de plena actualidad, pues en realidad es una manera de denominar también a la Cosmogonía Perenne. Bajo su luz, veremos que todos estos conceptos son expresiones de las tendencias disgregadoras que acechan en nuestro tiempo, que tienen sus “signos” y “señales”, como se nos recuerda en la máxima evangélica:
“Cuando veis levantarse una nube por el poniente, al instante decís: Va a llover. Y así es. Cuando sentís soplar el viento sur, decís: Va a hacer calor”. Hipócritas: sabéis juzgar del aspecto de la tierra y del cielo; entonces ¿cómo no exploráis el tiempo presente? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? (Lucas 12, 54-59).
Palabras enigmáticas, pero al mismo tiempo meridianamente claras, pues en ellas se nos impele a buscar por nosotros mismos lo que es “justo” en un tiempo de tribulación como el nuestro, algo que a nivel cíclico cumplirá el “León de Judá”, o “León de Justicia”, en referencia al Cristo de la “Segunda Venida”, que traerá de nuevo la salud, es decir la “liberación”, y será como el fulgor del relámpago resplandeciendo de Oriente hasta Occidente (Mateo 24, 27).
Vamos, pues, a explorar nuestro tiempo, y vamos a intentar igualmente explicar cuáles son los “signos” que hacen de él algo singular dentro de la larga historia humana. Y qué duda cabe que el intento por parte de la tecnología de crear una nueva humanidad es un “signo” lo suficientemente significativo como para darnos cuenta de que ese tiempo está llegando a su fin. En este sentido, la apelación de Cristo a buscar lo que en el tiempo presente hay de “justo” y “verdadero” es también una llamada a buscar eso mismo dentro de nosotros, pues es lo único que dejaremos depositado dentro del arca, que es la forma simbólica que adoptará la Tradición Primordial durante el pasaje de un ciclo a otro, de una humanidad a otra, según los ritmos cósmicos expresados por los grandes ciclos de los Manvántaras, o eras sucesiva de la humanidad, según la cosmogonía hindú.
Pero antes de nada, queremos aclarar que de ninguna manera estamos en contra de la “tecnología”, lo cual sería un completo absurdo, sino del empleo que se hace de ella como un instrumento de “poder” sobre el hombre y sobre el mundo, hasta el punto de estar “formando” esa pretendida transhumanidad que acogerá en su seno al homo deus tecnológico. En fin, queremos mostrar con algunos ejemplos los argumentos que nos han llevado a considerar que el desarrollo de la tecnología, convertida ya en un fin y no en un medio o “herramienta” que se adapta a nuestra naturaleza, acabará por convertirnos en una extensión de ella misma. O sea, que se habrá operado una inversión completa del orden natural de las cosas, y la “técnica”, derivada de la tecné griega, es decir del “arte” con que se hace o produce una cosa, se convertirá finalmente en una necesidad en sí misma, en vez de cubrir, como siempre ha hecho, las necesidades del hombre, que no son solo las materiales sino también las espirituales.
En una concepción que toma al ser humano como una totalidad no existe una contraposición entre el homo faber –el hombre que hace o fabrica un objeto- y el homo sapiens. Ambos constituyen un solo ser humano, al que bien pudiera llamarse homo spiritualis, aquel que a través de su arte manifiesta la riqueza de su mundo interior, nacida de sus experiencias en el mundo de lo sagrado, las que han conformado su pensamiento abriéndolo a las intuiciones metafísicas. Por eso mismo el arte, salvo en nuestra época, siempre estuvo asociado a la ciencia como un conocimiento del mundo partiendo de las realidades metafísicas. El “hombre espiritual” sabía leer en los códigos secretos del cosmos y la naturaleza pues esos eran sus mismos códigos simbólicos, fuente inagotable de una revelación permanente.
Hablando de esa experiencia y de esa “revelación”, Federico González señala en su “Estudio sobre Hermetismo y Ciencia” (cap. III de Hermetismo y Masonería) que la experimentación de la ciencia no es sólo física, como podría pensarse,
ya que su grado más alto es la Revelación; es decir que el Conocimiento de lo Sagrado es la mayor experiencia, aunque también incluye la magia en sus dos vertientes: la que se apoya en la naturaleza de las cosas, y la que utiliza trucos que de alguna manera violentan esa naturaleza, o sea que hay una magia "buena" y otra "mala", o mejor, hay dos formas de actuar respecto a la naturaleza, una es lícita y la otra no lo es. Hay algo de profético en esta división, si se tiene en cuenta el posterior desarrollo de la civilización occidental, y la supremacía actual de la segunda sobre la primera, es decir del empirismo, la racionalización, el método estadístico y la falsa idea de una evolución y de un progreso indefinido, material y técnico, capaz de solucionar todos los males.
Siguiendo con la misma idea, Federico en otra obra, Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, añade lo siguiente:
Un concepto lineal del universo, el tiempo y el espacio, hace que a éstos se los viva de una manera rígida y fija, en acuerdo con la literalidad de un pensamiento sólo capaz de vislumbrar lo más inmediato de lo que perciben los sentidos. En la época actual la ciencia ha tomado formas casi exclusivas de medición cuantitativa reduciendo los problemas científicos a meras estadísticas, lo que equivale a abandonar la búsqueda de la esencia y las causas de los fenómenos –de cualquier naturaleza que sean– por la comodidad de su mera descripción y sus efectos. Desgraciadamente esta forma de pensar invalida la ciencia oficial que empíricamente encasilla las cosas por sus características más superficiales sin contar tampoco los factores de cambio permanente a que está sujeta cualquier manifestación, y considera al hombre contemporáneo, completamente condicionado por su medio e ideología, como un modelo universal válido para ser aplicado en toda circunstancia. Lo mismo, en realidad, hace con cualquier fenómeno, así sea éste subatómico o estelar, y termina mecanizando su visión de la vida a tal punto que es incapaz de distinguir entre la teoría y el fenómeno en sí.
En estas dos citas vemos trazadas de alguna manera las líneas fundamentales de lo que vamos a intentar desarrollar en nuestro discurso. Partimos de la base de que la ciencia experimental actual poco tiene que ver con la vivencia que se desprende del conocimiento de lo sagrado, del misterio en el que todo está enraizado. La técnica, tal y como la concebían las sociedades tradicionales, formaba parte de una filosofía, de una búsqueda de la Sabiduría a través del conocimiento de las leyes que gobiernan el cosmos, y que se plasmaban en las distintas formas de su arte y su ciencia. Esto incluía la Magia Natural, es decir la relación de simpatía entre los distintos planos del Universo, teniendo al hombre como intermediario, con lo cual participaba de todos ellos. Al conocer “lo de arriba y lo de abajo”, el ser humano además de reproducir en sus obras el resultado y la síntesis de ese conocimiento, les infundía también un espíritu, una idea-fuerza, la cual quedaba incorporada para siempre en dichas obras. De aquí el carácter simbólico de toda obra que ha sido “hecha con arte”, es decir con ciencia y con sabiduría.
Pues bien, esa filosofía desapareció en el momento en que la tecné se alió con una ciencia ya desacralizada, que era hija de esa “magia ilícita” a la que se refería Federico González, y que contribuyó a “violentar la naturaleza”. Se pasó así de imitar a la naturaleza en su modo de operar, a explotarla y a dominarla para manejarla al antojo de los intereses materialistas y puramente económicos. Con el tiempo, de la tecné originaria se pasará a la “tecnociencia”, y de esta a la “tecnocracia”, al “poder de la técnica”, cuya “religión” es la ingeniería tecnológica, y que ha sido aceptada universalmente como un bien absoluto. La propia dinámica de las cosas ha ido llevando poco a poco a la humanidad a una dependencia total de la tecnología, de ahí su poder, y de ahí también, paradójicamente, una enorme fragilidad, lo cual crea una sensación de estar viviendo en un estado de crisis permanente, síntoma evidente de la disolución.
Los falsos profetas del transhumanismo, creyendo ser los guías que nos conducirán a la “nueva era” prometida, son sin embargo títeres en manos de fuerzas muy oscuras. Todos ellos representan su papel a la perfección: el de conducir a la humanidad al ámbito de lo infrahumano por la “artificialidad” de lo que adoran y creen con fe ciega. Pensamos, por tanto, que es pertinente plantear este tema y desarrollarlo, pues la situación del mundo actual, y su futuro inmediato, también forma parte del simbolismo de la Historia, que es el que nos interesa particularmente, pues creemos nos ayudará a entender dicha situación en el contexto y el enmarque cíclico en que se produce y en el que vivimos. Impulsadas por el “movimiento de la Historia” todas las culturas y civilizaciones, como organismos vivos que son, están sujetas a un nacimiento, un desarrollo, una plenitud y una decadencia. Podemos decir que el transhumanismo, y la tecno-religión, son en realidad las últimas expresiones de la profunda decadencia en que han caído las ideas que hace unos 2600 años pusieron los cimientos intelectuales de la civilización occidental, concretamente en el siglo VI a.C.
Uno de los temas de nuestro tiempo es efectivamente haber tomado a la tecnología como un fin que va a determinar que el mundo entre definitivamente en esa “nueva era” tan pregonada. Definiremos más adelante que entendemos por esa “nueva era” donde la tecnología es el paradigma, y que desde luego nada tiene que ver con el “paraíso” prometido por sus profetas y visionarios de distinto pelaje. Para nosotros, repetimos, todo esto es un símbolo del momento histórico en que nos encontramos, que es el tiempo que nos ha tocado vivir, desgraciada o afortunadamente. O a lo mejor las dos cosas a la vez, pues como se afirma en la doctrina de los ciclos, en los últimos tiempos se manifestará lo peor y lo mejor del ciclo humano, ya que será como una síntesis de todo él.
Desde el momento en que la ciencia y la técnica se desligaron de sus fundamentos filosóficos y metafísicos al final del Renacimiento, se incubó en ella un pensamiento sustentado en una “pseudo-mitología” cuyos orígenes se remontan al “racionalismo” cartesiano (recordemos por ejemplo el “animal-máquina” de Descartes, anunciando la era de los robots), y que finalmente ha engendrado a sus “falsos profetas” en perfecto acuerdo con la tendencia a la disolución de estos tiempos finales del presente ciclo de la humanidad. La tecno-religión es una verdadera “caricatura” y una “falsificación”, que sin embargo cumple un papel muy bien definido para el momento actual. La degradación espiritual, ética y moral que sacude el mundo en este último período del ciclo es una tendencia irresistible de ir hacia “abajo” muy parecida a la que ejerce sobre los cuerpos la fuerza de la gravedad. Es la tendencia “tamásica”, descendente, opuesta a la tendencia sattvica, “ascendente”. Ha habido una clara “inversión” del espíritu originario que generó la Filosofía y la Ciencia tal como fueron formuladas por Pitágoras y Platón, y sus análogos en otras culturas, y que dieron lugar a una nueva época de la Historia que ahora está en sus prolegómenos. Al comienzo de su obra capital La Suprema Identidad, Alan Watts dice algo parecido cuando afirma que:
la pérdida de contacto del mundo moderno con sus fuentes es la principal razón de la desintegración tan peculiar como peligrosa de nuestra cultura”.
Esas fuentes son, en efecto, y en lo que respecta a Occidente, la filosofía, la ciencia y la metafísica que vienen de los maestros griegos, y que posteriormente se funde con toda la herencia romana y judeo-cristiana para acabar conformando nuestra civilización, la cual sufrió un gran síncope cuando como consecuencia de un proceso de solidificación, se desarraiga de la herencia espiritual e intelectual que la conformó.
El por qué hemos llegado a este punto ya ha sido suficientemente analizado y explicado por diversos autores y desde distintos enfoques (René Guénon, Federico González, Ananda Coomarswamy, Luc Benoist, el ya citado Alan Watts, Aldous Huxley, e incluso novelistas como George Orwell, entre otros), y no es nuestro propósito volver a repetir los mismos argumentos, pero sí acudir a ellos cuando sea necesario para clarificar un tema que como decimos está cada vez más presente en nuestra sociedad, homogeneizada por una globalización cimentada en la revolución tecnológica de los últimos decenios, y que ahora mismo, como estamos señalando, se encuentra en una fase acelerada hacia la consecución de su objetivo principal, que no es otro que la creación de esa “transhumanidad”, o “post-humanidad”, personificada en el homo deus.
Lo “post” está de moda, y esto lejos de ser algo transitorio manifiesta un estado mental, cada vez más generalizado, que ha acabado por aceptar, por la fuerza de los hechos, el fin de la civilización humana tal y como la conocemos, y con los valores y principios que la constituyeron, los cuales, volvemos a repetir, comenzaron a entrar en decadencia con la separación de la ciencia de su fuente sapiencial y metafísica, quedando de ella sólo su componente “empírico” y materialista. Si esos valores han caído, si la verdad ha sido sustituida por la “posverdad”, ¿qué sería entonces la post-humanidad sino una parodia invertida de la propia y genuina humanidad? Sabemos que la posverdad es una manera de denominar a la mentira, o sea que lo cierto, la certeza intelectual y su influjo en el pensamiento, que ha de ser libre para conocer la realidad, para descubrir para qué existimos, y lo que da fundamento a nuestra vida, eso, que es lo que más importante, es lo que menos interesa.
Además, esos principios fundacionales de la cultura y la civilización, ¿por cuales están siendo sustituidos? ¿Cuáles son las nuevas “ideas-fuerza” que mueven este mundo, en este momento y dentro de un “futuro” que ya está aquí? ¿Cuál es, y dónde está en esa “nueva era” la fuente de Sabiduría que continúe guiando a los seres humanos hacia el descubrimiento del sentido de su existencia? Aquí encontramos un enorme vacío, que se pretender llenar con la tecnología, pero bajo ningún concepto esta podrá darnos las respuestas, pues, ¿acaso pueden los sofisticados artilugios tecnológicos llegar a concebir las ideas metafísicas?
En este sentido, el propio Alan Watts describe perfectamente un rasgo característico de nuestra época, a la que define como una
“unidad de desunión”; los hombres muestran una coherencia superficial merced a la extensión de la tecnología y a la aceptación común de ciertos modos de pensamiento cuya naturaleza misma consiste en producir mayor desintegración”.
Hay aquí una cierta lógica coherente con aquellos modos de pensamiento que han contribuido y contribuyen a esa “des-unión”, pues resulta que son esos “modos” los que han provocado, o son la consecuencia mejor dicho de esa ruptura, o debilitamiento, del cordón umbilical sutil que nos une a las fuentes originarias de nuestra cultura, y a sus orígenes sagrados. Esos “modos de pensamiento” desintegradores de que habla Alan Watts son en realidad expresiones, en distintos grados de intensidad, de aquello que los antiguos griegos identificaban con Tifón, los egipcios con Set, y otros pueblos con las “hordas de Gog y Magog”. Se trata de entidades tenebrosas portadoras del caos y la disolución, y que se reiteran de forma cíclica a lo largo de la Historia, sobre todo en los momentos en que una civilización o un mundo entran en declive. Estas energías disolventes tienen “su” tiempo, y como son posibilidades de manifestación, han de desarrollar lo que tienen en potencia.
La concepción orgánica de un universo jerarquizado y vivo, propia de las artes y las ciencias que pervivieron hasta bien entrado el Renacimiento y que estaban basadas en las leyes de las correspondencias y las analogías entre las distintas partes de ese organismo, fue sustituida por la concepción racionalista y mecanicista, que tiende a hacer del hombre una parte más de la máquina, a “transformarlo” en una pieza más de su engranaje. Al contrario del pensamiento simbólico, el mecanicismo se limita a las apariencias exteriores de los seres y las cosas, y no puede explicar por tanto la verdadera naturaleza de las mismas, su verdadera esencia. A esto le sucedió una física que acabaría por romper los moldes de un solo universo, y por tanto de un solo cosmos, para crear un “multiverso”, es decir una fragmentación más del concepto de unidad inherente en todo lo que existe, creando así una multitud de “realidades paralelas” que jamás se encontrarán.
Aquí hemos de hacer un paréntesis para decir que no toda la física moderna participa de esa concepción fragmentaria del cosmos. Hay una ciencia actual cuyos postulados coinciden en lo esencial con los sostenidos por todas las civilizaciones y tradiciones del mundo desde tiempo inmemorial, a saber: la idea de que hay un solo Cosmos, un Orden del Mundo pese a su complejidad, dotado de un “centro” donde se resuelven siempre las oposiciones que pudieran haber entre las partes y el Todo, en suma una Estructura armónica que responde a una Inteligencia Arquetípica, y que permanentemente se recicla a sí misma posibilitando la indefinida variedad de la Vida Universal y su desarrollo en el tiempo y el espacio.
Poco a poco iría desapareciendo del horizonte de nuestra cultura la percepción de un cosmos animado por fuerzas y energías invisibles, por espíritus, dioses o nombres divinos que manifiestan la distintas formas que toma un único Ser universal al manifestarse, y que esa totalidad, que es el Cosmos manifestado, es una sola también, pues todo lo que emana del Ser, ya sea en lo macrocósmico como en lo microcósmico, no está “fuera” sino dentro de él, y participa por tanto de su unidad. Existe una “chispa”, un fuego, una luz, de ese Ser en todos los seres emanados a partir de él. La tradición hindú lo llama Prajapati, el “Señor de los seres producidos”, que es una manera de referirse a la potencia generadora de la Unidad. Por eso mismo, además de animado, el pensamiento simbólico percibe el cosmos como un conjunto de relaciones entre las distintas partes constitutivas de un Ser único. Entonces, lejos de ser una “unidad de la des-unión”, ese pensamiento es “unitario” y justamente tiende a ver el mundo como una Unidad.  
Precisamente, el transhumanismo y la tecno-religión son el resultado final del proceso de alejamiento del hombre de esa Unidad y de esa concepción de un cosmos que no solo es corporal, o psicosomático, sino que tiene un alma y un espíritu, al igual que el ser humano, de ahí precisamente las analogías y correspondencias entre el macro y el microcosmos. Por eso la ausencia de ese cosmos, ordenado y jerarquizado, es también la ausencia de lo genuinamente humano, concepto desconocido en las teorías del transhumanismo, que ya se están haciendo realidad en una sociedad cada vez más parecida a esa utopía invertida que Aldous Huxley describe tan lúcidamente en Un Mundo Feliz, culminación de una fe ciega en el progreso indefinido, fundado en la ciencia empírica pero que jamás podrá aplicarse al pensamiento metafísico, por la sencilla razón de que este no “progresa”, ni está sujeto al cambio, pero que sí se adapta al momento cíclico e histórico para continuar transmitiendo el Conocimiento.
La metafísica se refiere a principios inmutables presentes en el cosmos y en el ser humano, formando parte constitutiva de su esencia, que no cambia nunca, o que no se transforma en otra cosa distinta de lo que esa esencia es. Utilizando una imagen simbólica, el centro del círculo permanece inmutable, mientras que los radios y la circunferencia son los que se mueven y modifican interminablemente en torno a él.
Frente a lo que preconizan los falsos profetas de la “nueva era tecnológica”, la transhumanidad no es en absoluto la “superación” de lo humano, sino la caída en lo infrahumano. Creer que la “fusión” de la tecnología con lo biológico, con la vida, puede conformar un “nuevo ser”, y que además dicho ser es “superior” al que era “simplemente” humano, pero que no olvidemos está “hecho a imagen y semejanza del Ser Universal”, es tal vez uno de los signos más evidentes de hasta dónde puede llevar, y llegar, el ocaso y la degradación de las ideas cuando de ellas se ha extirpado el espíritu y solo han quedado los “residuos psíquicos”, o las “cáscaras”, que es exactamente lo que significa la palabra quiploth en la Cábala.
La transhumanidad que se nos promete no implica en absoluto una “mutación” de la individualidad humana en el sentido de una modificación profunda y una “superación” de su naturaleza que le permitiera conocer otros estados superiores más cercanos a su identidad verdadera, que es supraindividual. No, esa “mutación” se efectúa sobre los elementos más externos o periféricos, o sea sobre lo simplemente corporal y sus prolongaciones psíquicas, en definitiva sobre lo psicosomático. Todo lo contrario, por cierto, de la transmutación alquímica, que toma al conjunto cuerpo-alma como un atanor que “combustiona” y se sublima gracias al calor y al fuego interno del Espíritu. Ese “transhumano” es a todas luces el resultado de una transmutación “al revés”, es decir no la de un ser que ha regenerado su naturaleza individual en vista a su realización espiritual, sino de aquel que se ha hundido en las prolongaciones más inferiores del psiquismo humano.
La tecno-religión es un producto más de la “era electrónica”, que cíclicamente coincide con la época más sombría de la “Edad Sombría” (el Kali-yuga hindú) y acabará siendo tomada como la “religión”, o mejor la “pseudo-religión” de dicha era, aglutinando al mayor número de “devotos” posible, que naturalmente será global, pues esta es la característica del mundo actual.
Mirado desde un punto de vista más elevado, dicha “era”, unificada por la tecnología, no dejará de ser una parodia invertida de aquella única humanidad de los orígenes primordiales, que hablaba un solo lenguaje y tenía una sola Tradición nutrida por la Sabiduría y el Conocimiento, el cual está completamente vedado a estos falsos profetas. También la humanidad actual vivió en sus orígenes en una “aldea global”, pues eso fue precisamente el Paraíso, el mito de la utopía del Conocimiento realizada entre todos los hombres y mujeres de la Tierra. Así se describe la humanidad primordial en todas las culturas y civilizaciones. ¿No busca la tecno-religión, a través del transhumanismo, realizar otra vez la utopía del Paraíso en la tierra, es decir la idea de un mundo “perfecto”, “feliz”, gracias a la todopoderosa tecnología? Pero esa utopía no será la del Conocimiento y la Sabiduría, sino la de su pura y simple negación. Lo que se ha llamado “sociedad del conocimiento” no tiene nada que ver con la Gnosis, con el verdadero Conocimiento. Lo que se llama “ciencia cognitiva” es sencillamente una parodia de la verdadera “ciencia del Conocimiento”, que no es otra que la Ciencia Sagrada.
El hombre es un ser religioso por naturaleza, entendiendo religión en sentido amplio, y no referido únicamente a las religiones monoteístas y al “sentimiento” religioso. Religión como aquello que “religa” con lo sagrado y el sentido trascendente de la vida. Esto es casi una pulsión vital, una necesidad que, cuando no está canalizada por ideas-fuerzas de orden superior sino por un sincretismo de creencias vagamente “espiritualistas”, conducirá inevitablemente a una confusión y un desorden mental donde cualquier cosa, por extravagante que parezca, tendrá visos de verosimilitud, sobre todo cuando, además, a dichas creencias se añade una fe ciega en el “progreso indefinido”, como es el caso de estos falsos profetas de la tecno-religión que persiguen el “paraíso tecnológico”, el cual naturalmente no deberá tener límites en su desarrollo. Esa fe ciega reposa en la creencia en el “evolucionismo”, que acabó por convertirse en el sustituto de la religión. Nació así el dogmatismo evolucionista, sobre el cual no se puede discutir, como no se podía discutir del dogmatismo religioso en otras épocas, donde se corría el peligro de ser quemado vivo, o excomulgado en el mejor de los casos.
El “homo deus” preconizado por estos falsos profetas es el resultado de haber entendido “al revés” muchas cosas, entre ellas ese versículo bíblico donde se dice que “seréis como Dios” (Génesis 3-5), versículo que es una forma simbólica de expresar la posibilidad que el hombre tiene de alcanzar el “estado de Unidad”, en donde toda “distinción” desaparece pues en ese estado no hay acepción de personas, y solo “El Ser Es”.
Precisamente, y por utilizar un término caro a René Guénon, esa lectura “al revés” indica el origen contra-tradicional que ha inspirado a los falsos profetas de nuestra “era electrónica”, a la que han orientado en la creación de una serie de “artilugios” tecnológicos que se han hecho, y seguirán haciéndose cada vez más sofisticados y “necesarios” por la propia dinámica de las cosas, para acabar “invadiendo masivamente” nuestras vidas, previo “conocimiento estadístico” de nuestras tendencias, características personales, intereses, gustos, etc. El resultado es la creación de un “doble” de nosotros mismos, una especie de clon cibernético que finalmente acabará pensando y eligiendo por nosotros, es decir de un sucedáneo o simulacro que ha sido compuesto mediante un “cómputo” estadístico (cuando como bien sabemos toda estadística es ilusoria), que para nada habla de nuestras verdaderas necesidades interiores y espirituales, sino tan solo de aquello que es lo más superficial y cambiante.
¿Qué es y para qué sirve el “big data”, todo ese gigantesco cómputo de macrodatos que inunda el espacio virtual de la “nube”, sino para acabar componiendo una descripción de nosotros mismos que para nada se corresponde con la realidad del ser que somos? Por otro lado es muy sintomática la elección de la palabra “nube” para referirse a un ámbito del ciberespacio al que los falsos profetas del transhumanismo han dado el curioso y al mismo tiempo revelador nombre de “nuevo hogar de la mente”.
El “homo deus” es en realidad un “hombre-cyborg” más sofisticado, el ideal al que se tiende cada vez más por la estrecha intimidad entre el hombre y la “inteligencia artificial”, dentro de la cual la biotecnología ocupa un lugar central. No hay límites en el desarrollo de la biotecnología, que en conformidad con la teoría “evolucionista”, ha sido pensada en lo “horizontal”, que es precisamente donde debe haber “límites” para no acabar en un espacio indefinido y “amorfo”, en un “caos” de las conciencias a las que quiere controlar el big data, donde reside el genuino poder del “gran hermano cibernético”, el que todo lo controla, y “todo lo ve”, parodiando así, una vez más, otro de los símbolos tradicionales más universales: el del “ojo que todo lo ve” en referencia a la presencia del principio divino en el centro de todo ser. Como vemos, y seguiremos viendo, la inversión toca a los “centros neurálgicos” de una simbólica sagrada cuya significación se pretende borrar definitivamente de la memoria humana.
Los límites espacio-temporales nos permiten concebir la idea de lo ilimitado, que desde el punto de vista metafísico siempre se refiere a lo celeste (como lo espacio-temporal se refiere a lo terrestre). Lo celeste representa el mundo inteligible de las ideas y los arquetipos, cuya verdadera comprensión supone justamente la liberación inmediata de esos límites espacio-temporales. Al romper el concepto de límite en lo horizontal se abrieron para el hombre nuevas posibilidades en cuanto a su desarrollo material y tecnológico. Es indudable que a esa ruptura contribuyó la filosofía escolástica medieval, la cual, ya en su decadencia, propiciaría la desconexión de la individualidad humana con los “universales”, en referencia al mundo de las ideas. La consecuencia fue que la necesidad de conocer ese mundo superior se transfirió enteramente a la vida terrestre, que era el único “horizonte”, valga la redundancia, por “descubrir”, y no sólo en lo geográfico sino en muchos otros ámbitos, entre ellos los de la ciencia empírica y la ingeniería tecnológica que se derivaría inevitablemente de ella.
Como consecuencia de todo esto, el pensamiento iría perdiendo profundidad haciéndose cada vez más plano, más “bi-dimensional”, en términos de una dualidad que engendra a partir de ella la multiplicidad indefinida, pero que nunca se “resolverá” en la unidad por su propia linealidad. Lo bidimensional no es ni tan siquiera una “estructura”, es decir el desarrollo armónico de la unidad, o del punto si se trata de la geometría, y en donde la parte es un reflejo del todo, siendo a partir de ella que éste puede reproducirse en la proporción y medida correspondiente.
El concepto cuantitativo del número es una degradación, y paradójicamente una limitación de la aritmética sagrada, y por tanto de las ciencias y artes ligadas a ella, especialmente las que desarrollaron una tecnología que contribuiría a la “maquinización” del mundo, incluida la astronomía, que perdió su antiguo carácter sagrado al desvincularla de la astrología ya que ambas conformaban una sola ciencia en la Antigüedad. Este fue el caso de los caldeos, de los egipcios o los mayas, entre muchas otras culturas, para quienes el cielo físico, y espacial, expresaba un orden, en armonía con el destino de los hombres, que podía leerse en el curso de las estrellas.
Si la máquina tuviera alma, ella sería la que en realidad habría “maquinado” la sociedad en que vivimos. “La máquina maquina” no sería, en ese supuesto, un simple juego de palabras. Se podría estar tentado de definir a la electrónica como un grado más “sutil” -por invisible al ojo- de la materia, y con un poder de “seducción” y de “sugestión” mucho más poderoso que el simple “maquinismo”, como el que denunciaba Charles Chaplin en “Tiempos modernos” hace casi un siglo. Una seducción en la que pueden caer no sólo los que han sido “llamados”, sino también los que han sido “escogidos”:
Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y mostrarán grandes señales y prodigios, para así engañar, de ser posible, aun a los escogidos. (Mateo 24, 24).
El “maquinismo” del siglo XIX y mitad del siglo XX representó para el ser humano una “solidificación” material que también fue mental. Pero nuestra época está en un estadio más avanzado, y en ella, citando a Marshall McLuhan, el sociólogo que acuñó el término “aldea global”: el “medio es el mensaje”, es decir “la tecnología es el mensaje”. Lo que se “adora” en realidad es la magia invertida de la tecnología, de ahí la idolatría que se le profesa. Y este es el cambio radical que se ha operado en la mentalidad general del ser humano de hoy día, mentalidad mucho más maleable y “líquida” que la de los siglos XIX y XX.
La tecnología electrónica es una rama de la ciencia moderna que encierra dentro de sí posibilidades de desarrollo indefinido en todos los campos. De hecho, y como ya hemos sugerido, se trata del nuevo “paradigma cultural”, propio de la aldea global. Vivimos dentro de ese paradigma y nos manejamos con sus códigos. Este es el juego, el escenario en el que nos toca jugar hoy en día dentro del gran teatro de mundo, y no podemos no jugar la partida ni el papel que nos corresponde dentro de él. Recordemos que la palabra cibernética proviene del griego y quiere decir “piloto”, en referencia concretamente al “arte de navegar”, lo cual evoca evidentemente al “internauta” de nuestros días; en consecuencia el paradigma cibernético aplicado a la tecnología de la “inteligencia artificial” es hoy en día el que gobierna o “pilota” la sociedad humana a escala mundial.
Ahora bien, ya se trate de una tecnología capaz de llevarnos a Marte o incluso más allá de los “límites” de nuestro sistema solar, o bien de la “nanotecnología” capaz de penetrar en lo más íntimo y “nuclear” de la materia, tanto la una como la otra están signadas por la desproporción y la desmesura. Son como aquellos “gigantes y enanos” de que se habla en muchas mitologías, “guardianes de tesoros ocultos”, pero portadores asimismo, afirma R. Guénon:
De influencias que pertenecen al lado inferior y «tenebroso» de lo que se puede llamar el «psiquismo cósmico»; (…) son efectivamente las influencias de este tipo las que, bajo sus formas múltiples, amenazan hoy la "solidez" del mundo.[1]
Hablando de “tesoros ocultos” ¿qué es para muchos la tecnología electrónica sino un “tesoro oculto” por las inmensas posibilidades que encierra? Pero como hemos señalado anteriormente, el “hombre nuevo” prometido por la tecnología transhumanista no es el resultado de ninguna “transmutación” o regeneración espiritual. Ese “hombre nuevo” resulta estar más cerca del “androide” o “replicante” de las películas de ciencia ficción que de cualquier otra cosa. A este respecto, ¿nos hemos fijado que ya no hay películas ni se escriben libros sobre ciencia-ficción, sino tan solo de los efectos que tendría la aplicación de una tecnología que, de facto, ya se ha impuesto?
Este es un dato que nos hace pensar que, en efecto, nuestra humanidad  ha entrado en esa fase de la misma donde ha de agotar aquellas posibilidades que las civilizaciones anteriores no quisieron desarrollar por considerarlas inferiores con respecto a otras posibilidades que sí fueron desarrolladas en comunión con las energías vivas de la naturaleza y el cosmos. Además, un axioma de la Ciclología nos enseña que cuando una civilización se expande de manera desproporcionada comienza para ella su decadencia y paulatina desintegración. También la de una humanidad entera, como es el caso. 
Esto está inevitablemente ligado con la “sensación” cada vez más cierta de estar viviendo en un mundo cuyos pilares son como aquellos “pies de barro” de que hablaba el profeta Daniel (capítulo II, versículos 26 al 45). Unos pies que en realidad estaban hechos de la mezcla de hierro y de barro. Así es nuestra época: parece fuerte como el hierro (eso es la “todopoderosa” tecnología para la gran mayoría), pero en realidad es tan frágil como el barro, y además ambos elementos, el hierro y el barro, no se pueden mezclar: se rechazan el uno al otro, lo cual nos da a entender que es ese antagonismo radical entre las propias fuerzas que dirigen este mundo el que lo está llevando a su desintegración. Cuando solo se está en el dominio de la dualidad irreconciliable todo conduce inexorablemente hacia la división, la separación y finalmente a la disolución. En su “poder” reside, pues, su propia debilidad. Es una expresión más de aquella “unidad de desunión” de que hablaba Alan Watts y que caracteriza a nuestro mundo.
Atendamos al hecho de que la propia definición de nuestra época actual como “sociedad líquida” no hace sino corroborar las tendencias hacia esa disolución, que lo es en el orden social tanto como en el individual, pues es el pensamiento del hombre moderno el que se ha “licuado”, fragmentado y disuelto. Como señala precisamente quien acuñó por primera vez esta expresión de “sociedad líquida” allá por los años ochenta, Zygmunt Bauman: “La vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante”. 




[1] René Guénon. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXII: “El Significado de la Metalurgia”.